Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

sábado, 19 de diciembre de 2020

LA EXPECTACIÓN DEL PARTO DE NUESTRA MADRE



La Iglesia celebra esta Expectación de la Santísima Virgen con una fiesta especial que le dedica en el Tiempo Santo del Adviento. Es fiesta genuinamente española, establecida probablemente por San Ildefonso, quien en los Maitines de media noche de esta fiesta, mereció ser revestido por la Santísima Virgen de una preciosa casulla que trajeron los ángeles del Cielo.

 

Vida de la Santísima Virgen en este tiempo.- Considera esta vida bajo dos aspectos: uno interior y otro exterior. Bajo el aspecto interior, la vida de María es de una absoluta compenetración con su Hijo. Madre e Hijo no vivían una vida semejante, sino una misma vida, una sola vida. No se puede concebir mayor dependencia que la de Jesús en el seno purísimo de María. De Ella recibiría toda su vida, de Ella dependería toda su vida. ¡Qué misterio! ¡Dios depende de una criatura!

Penetra en lo más profundo de esa intimidad divina entre María y su Hijo y aprende: recogimiento con el que María reconcentraba en Jesús sin cesar todo su ser; fervor y amor, con él vivía únicamente para Jesús. Ella veía más con los ojos de su Hijo que con los suyos propios, amaba con el Corazón de su Hijo y todos sus gustos eran dárselos a Él. ¡Qué amor no sentiría tan perfecto y tan puro hacia el Dios que encerraba en su seno! Vida de gozo y alegría inexplicable, porque todas las cosas divinas son gozosas y producen la dicha y felicidad, pero mucho más la posesión de Dios, como la tenía entonces María; no tenía que envidiar para nada la gloria de los bienaventurados del Cielo.

En fin, una vida de deseo y de ansia infinita, con las que sin cesar estaría en oración, haciendo violencia a Dios, para que acelerara cuanto antes la hora de revelarse al mundo. La hora de la Redención, esto sobre todo, es lo que más caracteriza este momento de la vida de María. ¡Qué dulce es pensar que en virtud de esta sublime y fervorosa oración, el Padre Eterno adelantó la hora de la Redención del mundo y nos envió a su mismo Hijo a salvarnos!

Su vida interior.- ¡Qué admirable es la Virgen en todo! , con una vida interior tan intensa y tan divina como llevaba entonces, no dejaba traslucir nada al exterior. Exteriormente una dulce calma, una simpática sencillez, una muy amable serenidad. Nadie sospechaba lo que pasaba por su interior, nadie, ni siquiera San José. ¡Qué santa avaricia la de María!, ¡cómo guardaba para sí el tesoro y no le confiaba a nadie! Ni la ambición, ni la soberbia, ni el amor propio, ni el deseo de alabanzas, la lanzan a comunicar a nadie su secreto, ni a darse importancia delante de los demás, creyéndose superior a todos, aunque en verdad lo era. ¡Qué humildad más practica! ¡Qué sencillez tan preciosa! Cuántas veces el mérito nuestro se evapora, porque le destapamos delante de los demás y no sabemos guardar nuestras cosas solo para Dios, o al menos peligra, porque imprudentemente las exponemos a los ojos de los hombres, buscando más o menos directamente alguna alabanza, alguna estima de ellos.





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