Vuestro nacimiento, Santa Madre de Dios, anunció la alegría a todo el mundo |
Dice San Alfonso María de
Ligorio que, así como después de las tinieblas y de la tristeza de la noche, el
alba nos trae la alegría, de la misma manera después del pecado, que, por
espacio de tantos siglos tenía dominado al mundo, antes de la venida de Cristo,
el despuntar de nuestra aurora, es decir la natividad de María, devolvió la
alegría al mundo. Al nacer María, comenzó
el alba, dice un Santo Padre. La aurora es el heraldo del sol, y María, fue
el heraldo del Verbo Encarnado, Sol de justicia y Redentor nuestro, que con su
muerte nos libró de la muerte eterna. Y, así como María fue el principio de
nuestro gozo, así es también su cumplimiento, pues dice San Bernardo, que
Jesucristo ha puesto en las manos de María todo el precio de sus méritos, para
que todo el bien que recibimos, lo recibamos de María.
No nos hemos de desalentar a
la vista de nuestros pecados y miserias, antes al contrario, cuanto más
miserables nos sintamos, tanto más nos hemos de alegrar por la natividad de la
Virgen, pues por Ella nos vendrá la liberación del mal.
Ábrase, pues, nuestro corazón
a la alegría y a la confianza, que con estos afectos honramos, en gran manera,
a la Virgen, y celebramos, su entrada en este mundo. Si los Ángeles del cielo
se alegraron de la entrada de María en la Gloria, como canta la Iglesia: Assumpta est María in coelum, gaudent angeli,
¿cómo será posible que no nos alegremos por su entrada en este, nuestro mundo?
La Natividad de la Virgen
María es el acontecimiento más glorioso para el linaje humano. El honor mayor
para éste es el haber querido encarnarse en él el Verbo Divino. Pero,
tratándose de personas puramente humanas, la Virgen Santísima es nuestro mayor
timbre de gloria. Esta gloria de nuestra raza la corrobora el evangelio de hoy,
al consignar aquellas largas generaciones, por las cuales podemos descender
desde Adán hasta nuestro Salvador. Pero después de Jesús, a los cristianos
incorporados al Cuerpo Místico de Jesucristo y, por lo tanto hijos de María, ya
no nos interesan estas genealogías: todos, por la gracia de Dios, hemos entrado
a formar parte de la estirpe divina. En esta gloriosa genealogía del pueblo de
Israel, aparecen consignados los antepasados por sus propios nombres, hasta
cerrarlas con la dulce gracia de aquellos tres nombres suavísimos: José, esposo de María, de la cual nació
Jesús.
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