¡Oh! Virgen del Carmen, María
Santísima, que extendiendo tu amor hacia los Carmelitas, aún después de la
muerte, como piadosísima Madre de los que visten tu santo escapulario consuelas
sus almas, cuando están en el Purgatorio, y con tus ruegos consigues salgan
cuanto antes de aquellas penas, para ir a gozar de Dios, nuestro Señor, en la
gloria. Te ruego, Señora, me alcances de su divina Majestad cumpla yo con las
obligaciones de cristiano y la devoción del santo escapulario, de modo que
logre este singularísimo favor. Así, Señora, te lo suplico humildemente,
diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia…
Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!
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