¡Oh, qué feliz esperanza!; ¡oh, qué refugio! Tú, Madre de Dios, eres mi Madre |
¡Oh Madre mía dulcísima! Tú me
llamas y me dices “Si alguno es pequeño venga a mí” Los niños tienen siempre en
sus labios el nombre de la madre y siempre, en cualquier peligro, en cualquier
susto, en cualquier dificultad, la llaman inmediatamente. ¡Oh Madre dulcísima,
oh Madre amorosísima! Esto es lo que Tú deseas: que, como niño pequeño, siempre
te llame, siempre te invoque y te diga: ¡Madre mía, Madre mía amabilísima! Este
nombre me consuela completamente, me llena de ternura y me recuerda la
obligación que tengo de amarte. Este nombre me anima a confiar en Ti. Después
de Dios Tú eres mi esperanza, mi refugio y mi amor en este valle de lágrimas.
¡Oh dulce Señora y Madre mía! Tú, que con el amor que te abrasa hacia tus hijos
robas sus corazones, roba mi pobre corazón, que tanto desea amarte.
San Alfonso
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