Allelúia, allelúia. Tota pulchra es, María: et mácula originális non est in te. Allelúia
“Tota pulchra es! ¡Toda hermosa eres, María, no hay en Ti
mancha de pecado original”. Este grito de admiración con que comienza el oficio
de la Inmaculada Concepción
responde muy bien el sentimiento de la humanidad, que lleva en sí la mancha del
pecado, ante la pureza inmaculada de la Santísima Virgen.
Habiendo decretado desde toda la eternidad hacer de María la Madre del Verbo encarnado,
la vistió Dios con vestiduras de santidad e hizo de su alma morada digna para
su Hijo. La redención total que desde su concepción preservó a la Santísima Virgen
incluso del pecado original, no debe separarse de nuestra propia redención por
Cristo. Colocada en el corazón del Adviento, la fiesta de la Inmaculada concepción Anuncia
los esplendores de la encarnación redentora.
Su fiesta actual, instituida por Pío IX, con motivo de la
proclamación del Dogma, el 8 de diciembre de 1854, tenía ya sus precedentes. Desde
el siglo VIII se celebraba en Oriente una fiesta de la “Concepción” de la Virgen , fiesta que
volveremos a encontrar en el siglo IX en Irlanda y España, y en el siglo XI en
Inglaterra. Estas fiestas antiguas son testigos de un culto tradicional a la
pureza inmaculada de la Virgen María.
La solemne definición de Pío IX ni hizo más que precisar su sentido y afirmar
la fe constante de la
Iglesia.
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