María, Domus aurea, Casa de oro.- ¿Por qué es comparada a una casa?
¿Por qué es llamada de oro? El oro es el más hermoso de todos los metales, el
que tiene más valor. La plata, el cobre y el acero pueden ser bellos y
brillantes a los ojos, pero el oro les aventaja en riqueza y esplendor. Tenemos
pocas ocasiones de ver el oro en cantidad considerable; pero quien haya visto
reunido un gran número de piezas de orfebrería, conoce el aspecto magnífico del
oro. Por esta causa, en la Escritura, la Cuidad Santa es llamada de oro, en
lenguaje figurado. “La Ciudad Santa, dice San Juan, era de oro puro, como
cristal transparente” Quiere, sin duda, darnos una idea de la admirable
hermosura del cielo, comparándola con la más bella de todas las substancias que
vemos en la tierra.
Por eso, también María se
llama de oro, porque sus gracias, sus virtudes, su inocencia, su pureza, tienen
un brillo tan transcendental y una perfección tan deslumbradora, y son, por
otra parte, tan exquisitas y tan raras, que los Ángeles no pueden, por decirlo
así, apartar de Ella sus miradas, como nosotros no podríamos tampoco dejar de
contemplarla indefinidamente una admirable obra hecha de oro purísimo.
Pero observad, además, que es
una casa de oro, o mejor dicho, un palacio de oro. Imaginemos que contemplamos
una gran iglesia o un palacio entero, hechos únicamente de oro, desde los
cimientos hasta el techo; tal es María, en cuanto al número, a la variedad y a
la extensión de sus excelencias espirituales.
Mas, ¿por qué es llamada casa
o palacio? ¿De quién es palacio? Es del Gran Rey, del mismo Dios, igual al
Padre, habita en Ella. Fue su huésped, y más que su huésped, porque un huésped
va a una casa y después se marcha de ella. Mas Nuestro Señor nació realmente en
esta Santa Casa. Tomo en ella su carne y su sangre de la carne y de las venas
de María. Era, pues, justo que esta casa fuese hecha de oro, porque había de
dar parte de este oro para formar el Cuerpo del Hijo de Dios. Fue de oro en su
Concepción y de oro en su nacimiento. Pasó por el fuego del sufrimiento como el
oro por el crisol, y, cuando subió a los cielos, fue, como lo dice nuestro himno,
“elevada
sobre todos los Ángeles en una gloria infinita, y colocada junto al Rey,
ataviada con vestiduras de oro”
John Henry,
Cardenal, Newman
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