miércoles, 13 de mayo de 2020

13 DE MAYO / MES DE MAYO, MES DE MARÍA



María, Mater admirabilis, Madre admirable.- Cuando María, Virgo praedicanda, la Virgen que ha de ser predicada, es invocada bajo el título de Admirabilis, el efecto de la predicación de su Concepción Inmaculada nos es sugerido al punto. La Santa Iglesia la proclama, la predica como concebida sin pecado original, y los que oyen esta predicación, los hijos de la Santa Iglesia, se admiran, se maravillan, quedan sobrecogidos ante la idea de semejante prerrogativa.

Una excelencia tan encumbrada como la de María, aunque sea una excelencia creada, causa estupor en el alma. El Creador Omnipotente, dijo de sí mismo a Moisés, al desear éste contemplar su gloria: “Tú no puedes ver mi faz, porque el hombre no podrá verme y subsistir” Y dice también San Pablo: “Nuestro Dios es un fuego que consume” Cuando San Juan, todo él penetrado de la divinidad, vio tan sólo la naturaleza humana de Nuestro Señor, tal como está glorificada en el cielo, “calló a sus pies como muerto” Lo mismo se diga de la aparición de los Ángeles. El santo profeta Daniel, cuando se le apareció el Arcángel Gabriel, “cayó desmayado, y, lleno de consternación, dio con el rostro en tierra” Cuando este gran Arcángel se presentó a Zacarías, padre de San Juan Bautista, también éste “se turbó y el temor se apoderó de él” Otra cosa le ocurrió a María, cuando el mismo San Gabriel fue enviado a Ella. Quedó, en verdad, sobrecogida, y se turbó, al oír sus palabras, porque en su humildad, oía que la saludaba llamándola “llena de gracia” y “bendita entre todas las mujeres”; pero Ella pudo soportar sin desmayo alguno la presencia y el aspecto del enviado del cielo.

Aquí podemos aprender dos cosas: en primer lugar, cuán grande era la santidad de María, pues podía soportar la presencia de un Ángel, cuyo resplandor hizo caer al profeta Daniel en pasmo parecido a la muerte; y, en segundo lugar, puesto que es mucho más santa que el mismo Ángel, y nosotros somos mucho menos santos que Daniel, con cuanta razón, al pensar en su inefable pureza, la llamamos Virgo admirabilis, Virgen admirable, Virgen terrible.

Hay espíritus tan rastreros, tan ciegos y tan irreflexivos, que son capaces de imaginar que María no sintió tanto horror como su Hijo al pecado voluntario, y que podemos lograr que sea nuestra amiga y nuestra abogada acudiendo a Ella sin contrición de corazón y aún sin el deseo de arrepentirnos de verdad, y sin la resolución de enmendarnos. Como si María pudiese detestar menos el pecado y amar más a los pecadores que Nuestro Señor. No: María sólo siente simpatía por los que quieren renunciar al mal; de lo contrario ¿cómo podría Ella misma estar sin pecado? Ella es, según las palabras de la Escritura; “hermosa como la luna, resplandeciente como el sol y terrible como un ejército en orden de batalla” ¿Qué debe ser, pues, para el pecador impenitente?

John Henry, Cardenal, Newman



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