miércoles, 15 de agosto de 2018

DE DORMITIONE MARIAE VIRGINIS

Mira los Apóstoles y a todos los allí presentes, besar reverentes aquellas manos y aquellos pies y despidiéndose de aquellos sagrados despojos


Sepultura.- El triunfo de María no había terminado con su santísima y envidiable muerte. Semejante a su Hijo en todo, también debía de serlo en la gloria de su sepulcro y en el triunfo de su Resurrección. El hombre, al morir, cae vencido por el poder inexorable de la muerte, que le lleva a corromperse y a deshacerse en un sepulcro. Por eso es tan frío, tan triste, tan humillante para nosotros el sepulcro. Pero no fue así para María; su sepulcro no tuvo nada de repugnante y repulsivo. Si es muy  corriente ante el cadáver de una persona que ha muerto en olor de santidad, sentir gusto y cierto atractivo, ¿qué no ocurriría ante aquel cuerpo muerto, sí, pero siempre Virgen e Inmaculado de María?

Represéntate como mejor puedas la escena que se desarrollaría en el entierro de la Virgen. ¡Qué pena y qué desconsuelo para todos al ver cerrados aquellos dulcísimos ojos, enmudecidos aquellos labios que tantas palabras de consuelo pronunciaron, inmóviles aquellas virgíneas manos que tantas bendiciones y gracias habían repartido y a la vez qué consuelo, qué satisfacción, qué gusto recibirían todos ante la placidez y el brillo sobrenatural de aquel cadáver, con el perfume que exhalaba, con el aroma que despedía y todo lo embalsamaba!

Mira los Apóstoles y a todos los allí presentes, besar reverentes aquellas manos y aquellos pies y despidiéndose de aquellos sagrados despojos, acompañarla al lugar de su sepultura, encender antorchas, quemar perfumes, esparcir flores, mientras los Ángeles dejan oír sus celestiales cánticos, no de luto, ni de llanto, sino de gloria triunfal. Y así colocada como su Hijo, en un sepulcro nuevo, la dejaron los Apóstoles, quedando como guardianes del mismo, los Ángeles del Cielo. Quédate tú también a acompañar el Santo Cuerpo y formar parte de los Coros de los Ángeles para cantar con ellos, las alabanzas de tu Madre, Pídele que también, con los Ángeles, las puedas contar un día en el Cielo.



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