María, Rosa mystica, Rosa Mística.- ¿Cómo llegó a ser María Rosa
mystica, la flor escogida, la flor delicada y perfecta de la creación? Fue al
nacer, al ser alimentada y protegida en el jardín místico o paraíso de Dios. La
Escritura emplea la figura de un jardín, siempre que quiere hablar del cielo y
de sus bienaventurados habitantes. Un jardín es un terreno cultivado, reservado
para las plantas y los árboles bienhechores y variados, para los frutos
agradables al gusto y para las flores perfumadas, cosas todas éstas o hermosas
a la vista o útiles como alimento. Por consiguiente, en sentido espiritual, hay
que entender por jardín la morada de los espíritus bienaventurados y de
aquellas almas santas, que viven en comunidad, almas que llevan a la vez las
flores y los frutos, que han producido por la providencia de Dios, flores y
frutos de gracias, flores más bellas y más perfumadas que las de jardín alguno,
frutos más exquisitos y más deliciosos de cuantos pueden madurar por el cultivo
de la tierra.
Todo lo que Dios ha hecho
habla de su Creador; las montañas hablan de su eternidad, el sol y los vientos
de su omnipotencia y de su inmensidad. Asimismo, las flores y los frutos hablan
de su santidad, de su amor y de su providencia; y si tales son las flores y los
frutos, tal debe ser el lugar donde se encuentran. Un jardín también ha de
tener sus propias excelencias que nos hablen de Dios. No sería natural
encontrar hermosas flores en las desnudas rocas y frutos sabrosos en los
desiertos. Puesto que, en sentido místico, los frutos y las flores significan
las gracias y los dones del Espíritu Santo, hay que entender místicamente por
jardín un lugar de reposo espiritual, de tranquilidad, de paz, de refrigerio y
de deliciosos encantos.
Así, nuestros primeros padres
fueron colocados en un “jardín de delicias”, a la sombra de árboles “agradables
a la vista, que producían frutos sabrosos al paladar”; el Árbol de la Vida
estaba en medio de este jardín, y un río lo regaba. Nuestro Señor, hablando de
lo alto de la Cruz al ladrón arrepentido, llama “paraíso” al lugar bendito, al
cielo, adonde le conducirá. Por esta causa, también San Juan, en el
Apocalipsis, habla del cielo, del palacio de Dios, como de un jardín o paraíso,
en el cual el Árbol de la Vida da sus frutos todos los meses.
Tal fue el jardín en el cual
la Rosa Mística, la Inmaculada María, habitó y fue criada para llegar a ser
Madre del Dios de toda santidad, desde su nacimiento hasta sus desposorios con
San José, es decir, hasta los trece años. Pasó tres de estos años en brazos de
su madre, Santa Ana, y después pasó los otros diez en el Templo de Dios. En
estos benditos jardines, si así puede decirse, vivió sola, visitada
continuamente por la gracia de Dios, y creciendo de día en día como una flor
celestial, hasta que quedó convertida en morada perfecta, digna de recibir al
Santo de los Santos. Fue éste el resultado de la Inmaculada Concepción. A
excepción de Ella, las más hermosas rosas del Paraíso han sido marchitas y han
estado expuestas a los asaltos de los insectos; todas menos María. Ella fue,
desde el principio, perfecta en su suave hermosura, y cuando el ángel Gabriel
la visitó, la encontró “llena de gracia”, de aquella gracia, que por el santo
uso que hizo, se acumuló y creció en Ella desde el primer momento de su
existencia.
John Henry, Cardenal, Newman
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