sábado, 25 de agosto de 2018

DE DORMITIONE MARIAE VIRGINIS y III

"El Cuerpo de la Santísima Virgen no fue en Ella, como en nosotros, ocasión de pecado, ni en él se desbordaron jamás las pasiones, ni, en fin, hubo en él, la más pequeña rebeldía contra el espíritu"


La Resurrección.- Más, la misma incorrupción era aún poco para terminar el triunfo definitivo de la Santísima Virgen. Este complemento no podía ser otro, que la nueva vida de una resurrección gloriosa, de una inmortalidad comunicada por el alma a su cuerpo para vivir una vida que fuera como la de Cristo, para nunca más morir. Si hemos dicho que María es un comienzo de Cristo y que por lo mismo no es posible separar a esta Madre de su Hijo, resulta que era natural que Cristo terminara aquel estado de violencia, por decirlo así, en que Él se encontraba con relación a María, al estar separados los dos, haciendo que resucitara cuanto antes y que de nuevo se juntaran en el Cielo, los que tan íntimamente habían vivido unidos en la tierra.

Además, el Cuerpo de la Santísima Virgen no fue en Ella, como en nosotros, ocasión de pecado, ni en él se desbordaron jamás las pasiones, ni, en fin, hubo en él, la más pequeña rebeldía contra el espíritu. ¡Qué armonía! ¡Qué conjunto tan ordenado y perfecto formaron siempre el cuerpo y el alma de María! ¡Qué obediencia! ¡Qué sumisión tan completa la de aquella carne purísima a aquel espíritu tan endiosado! Pues justo era que no estuvieran separados ahora, sino que en premio de esa sumisión, volviera Dios a unirlos para que juntos continuaran sirviendo y alabando al Señor.

Imagínate, por tanto, aquel dichosísimo instante en que por la virtud y omnipotencia de su Hijo Divino, el cuerpo de la Virgen, recibiendo de su alma una vida nueva, se levanta vivo, glorioso, triunfante del sepulcro. ¡Qué gozoso estaría aquel sacratísimo cuerpo, viéndose unido, ya inseparablemente, a aquella alma bendita! ¡Cuál sería su hermosura, si ya era tan hermosa, aun en su cuerpo, antes!

Contempla el estupor de los Apóstoles cuando de mañana, según costumbre en aquellos días, fueran a visitar el sepulcro y se encontraran tan solo con el perfume que su cuerpo allí había dejado. ¡Cómo se renovaría en ellos la impresión de la Resurrección de Cristo! ¡Cómo se alegrarían de que así hubiera resucitado a su Madre! Alégrate también tú, da otra vez la enhorabuena al Hijo y a la Madre, y pídeles de nuevo participación en aquella su unión inseparable, y eterna, prometiéndoles no apartarte jamás de Ellos, ni en las penas ni en las alegrías, ni en la lucha, ni en el triunfo.




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