Tres motivos integran la
fiesta de hoy; la octava de Navidad; la
Circuncisión del Señor; la Maternidad de
María.
Este día está consagrado de una manera especial a la Santísima Virgen.
Quizás sea la más antigua de sus fiestas. La Iglesia muéstrale su agradecimiento
por la gran parte que ha tomado en la Encarnación del Señor. ¿En qué aspecto considera
la liturgia a María? En el aspecto de Madre de Dios y de Virgen. Debemos citar,
en primer lugar, las antífonas de Vísperas de corte oriental. Son ricas en
pensamientos y van recorriendo todo el Antiguo Testamento, poniendo de relieve
diversas profecías: Gedeón y el vellocino, la zarza ardiendo, la raíz de Jesé,
la estrella de Jacob. La liturgia no se abandona a discusiones sentimentales,
no se pregunta si María sufrió o lloró en la Circuncisión. María es una
sacerdotisa que alegre y apenada, ofrece con Nuestro Señor las primicias de su
Sacrificio. María es también figura de la Iglesia, y nos enseña su parte y la
nuestra en la obra de la redención. Hoy, y en todos los tiempos, la Iglesia,
nuestra Virgen-Madre, está allí; ella hace correr por medio de las manos de los
sacerdotes la Sangre Redentora en el corazón de sus hijos. Nuestra alma puede y
debe desempeñar hoy el papel de María, debe hacer correr en la Santa Misa la
Sangre del Salvador, para sí y para las almas de sus hermanos.
El primer derramamiento de
sangre del Señor nos trae a la memoria al último derramamiento en la Cruz. En
las dos ocasiones María “estuvo de pie”. La Preciosa Sangre que brilla en el Cáliz
que está sobre el Altar es la que Nuestro Señor vertió por primera vez, es la
sangre de la Santísima Virgen.
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