Oh, Corazón dulcísimo de mi Madre concededme vivir dignamente, aquí en la tierra, a fin de merecer la inefable dicha de ir a celebrarlo a vuestro mismo lado en el Cielo. Amén, amén.
¡Oh, Corazón de María, Templo de la Beatísima Trinidad, amabilísimo sobre todos los corazones humanos, amantísimo más que el de todas las madres, puro más que los cielos, santo más que los espíritus de la gloria, imagen perfectísima del Corazón de vuestro Hijo! ¡Quién pudiese tributaros todo el honor a que os hacen acreedor vuestras excelencias y grandezas! ¡Quién pudiese abrazarse en las llamas de vuestro amor como merece vuestra incomparable amabilidad! ¡Quién pudiese desagraviaros de las injurias de que os han hecho y se os están haciendo por los enemigos de vuestro santísimo Hijo, que son también enemigos nuestros!
Más no siéndome posible en mi pequeñez cumplir con Vos los deberes que me impone la justicia, la gratitud y el amor, os ofrezco los honores que os han tributado en todos los tiempos los Santos en la tierra y los Ángeles en el cielo, y sobre todo lo que os rindió en su vida mortal y os rinde en su vida gloriosa vuestro Hijo Jesucristo; os ofrezco el amor que ellos os han profesado, os profesan y os profesarán por toda la eternidad, para suplir la insuficiencia de mi amor, para reparar mis tibiezas y descuidos en vuestro servicio y consolar a vuestro Corazón, tan ofendido y menospreciado por muchos de vuestros mismos hijos.
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