Esta predicción se cumplió, no
sólo porque nuestro Señor tomó carne en María y se hizo Hijo suyo, sino también
porque Ella ocupó un lugar en la economía de la Redención; se cumplió en el
espíritu y en la voluntad de María no menos que en su cuerpo. Eva había tenido
parte en la caída del hombre; aunque Adán fue nuestro representante y fue su
pecado el que nos hizo pecadores, con todo, fue Eva la que comenzó a pecar,
tentando a Adán. Dice la Escritura: “La
mujer vio que el fruto de aquel árbol era bueno para comer, bello a los ojos y
de aspecto delicioso y cogió del fruto y comióle; dio también de él a su
marido, el cual comió.” Convenía, pues, a la misericordia de Dios hacer que
así como la mujer había comenzado la destrucción del mundo, comenzase también
ella su reparación, y que, así como Eva había abierto el camino a la obra fatal
del primer Adán, asimismo María abriese el camino a la obra maestra del segundo
Adán, nuestro Señor Jesucristo, que vino a salvar al mundo muriendo por él en
la Cruz. Poe esto, María es llamada por los santos Padres una segunda y mejor
Eva, pues hizo para la salvación de la humanidad lo que Eva había hecho para su
ruina.
¿Cuándo y cómo María tomó
parte, y parte inicial, en la restauración del mundo? Cuando el Ángel Gabriel
le anunció cuán grande había de ser su dignidad. San Pablo nos manda “que ofrezcamos a Dios nuestros cuerpos con
servicio racional”. Debemos, pues, no sólo orar con los labios, ayunar,
hacer penitencia exterior y guardar la castidad del cuerpo, sino también ser
obedientes y puros en el espíritu. Y, en cuanto a la Santísima Virgen, fue
voluntad de Dios que aceptase voluntariamente y con pleno conocimiento en ser
Madre de nuestro Señor, y no que fuese un simple instrumento pasivo, cuya
maternidad no hubiera tenido mérito ni recompensa. Cuanto más elevados son los
dones recibidos, más pesadas son las cargas; y no era carga ligera estar tan
íntimamente unida al Redentor de los hombres. Su Madre lo experimentó,
sufriendo juntamente con Él. Por esto, considerando bien las palabras del
Ángel, antes de dar respuesta, preguntó si una misión tan grande supondría la
pérdida de la virginidad, que había consagrado a Dios. Habiéndole dado el Ángel
seguridad de lo contrario, dijo entonces María con el pleno consentimiento de
un corazón lleno de amor de Dios y de humildad: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.” Fue
por este consentimiento que se convirtió en la Puerta del Cielo.
John Henry, Cardenal, Newman
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