María, Speculum Justitiae, Espejo de la Justicia.- Aquí hemos de
considerar, en primer lugar, lo que hay que entender por justicia; porque esta
palabra, tal como se emplea en el lenguaje de la Iglesia, no tiene el sentido
que el lenguaje ordinario le atribuye. Por justicia no hemos de entender aquí
la virtud de la lealtad, de la equidad, de la rectitud en la conducta, sino más
bien la justicia o perfección moral, en cuanto abarca, a la vez, todas las
virtudes y significa un estado del alma virtuoso y perfecto, de tal suerte que
el sentido de la palabra justicia es casi equivalente al sentido de la palabra
santidad. Por esta causa, al ser llamada Nuestra Señora espejo de justicia, lo
hemos de entender en el sentido de que es espejo de santidad, de perfección y
de bondad sobrenatural.
¿Qué se entiende al compararla
con un espejo? Un espejo es una superficie refringente, tal como el agua
inmóvil, el acero pulido, una luna. ¿Qué refleja María? Refleja a nuestro
Señor, que es la Santidad infinita. Luego, en cuanto es posible a una criatura,
reflejaba su divina santidad, por lo cual es llamada Espejo de la santidad, o
como se dice en las letanías, Espejo de la justicia.
¿Cómo llegó María a reflejar la
santidad de Jesús? Viviendo con Él. Vemos todos los días cuán semejantes llegan
a ser los que se aman y viven juntos. Cuando, viven juntos los que no se aman,
por ejemplo, los miembros de una familia que no andan bien unidos entre sí,
ocurre todo lo contrario, y esta desunión acentúa más la desemejanza. Más,
cuando reina el amor entre el esposo y la esposa, entre los padres y los hijos,
entre los hermanos, las hermanas y los amigos, el decurso del tiempo produce un
maravilloso parecido; la semejanza llega a manifestarse en la expresión de los
rasgos, en la voz, en el porte, en el lenguaje, en la manera de escribir, y lo
mismo se diga del carácter, de las opiniones, de los gustos, de la conformidad
de miras. Y esto también sucede, sin duda, en el estado invisible de las almas,
en las cuales, ya en bien ya en mal, se realiza esta transformación y
semejanza.
Hemos de considerar ahora que
María amaba a su divino Hijo con un amor indecible y que lo tuvo continuamente
consigo, durante treinta años. ¿No es, por lo tanto verdad que si estuvo llena
de gracia antes de haberlo concebido en su seno, debió alcanzar una santidad
incomprensiblemente mayor después de haber vivido tan íntimamente con Él
durante aquellos treinta años? Santidad de un orden angélico, que refleja los
atributos de Dios con una plenitud de perfección, de la cual ningún santo sobre
la tierra, ningún anacoreta, ninguna virgen puede darnos una idea. Es, pues,
verdaderamente Speculum Justitiae, el
Espejo de la Divina Perfección.
John Henry, Cardenal, Newman
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.