domingo, 31 de mayo de 2020

MES DE MAYO, MES DE MARÍA / SANTA MARÍA REINA


María, Sancta María, Santa María.- Sólo Dios puede reivindicar el atributo de la santidad, por lo cual cantamos: Tu solus sanctus, “Sólo tú eres santo”. Entendemos por santidad la ausencia de todo lo que mancha, empaña y degrada a una naturaleza racional, todo lo que es más contrario y más opuesto al pecado y a la falta.

Decimos que sólo Dios es santo, pues en verdad todos sus atributos infinitamente elevados son poseídos por Él con aquella plenitud, que hace que podamos decir con verdad que sólo Él los posee. Así, en cuanto a la bondad, el mismo Señor dijo a un joven: “Nadie es bueno sino Dios”. De la misma manera, sólo Dios es Poder, sólo Él es Sabiduría, sólo Él es Providencia, Amor, Misericordia, Justicia, Verdad. Pero la santidad queda aparte, como su prerrogativa especial, porque, no sólo señala más que los otros atributos su superioridad sobre todas las criaturas, sino también afirma su distinción con respecto a ellas. Por eso esto leemos en el libro de Job: “¿Puede el hombre ser justificado, si se compara con Dios, y puede parecer puro el nacido de mujer? He aquí que la misma luna no brilla, ni las estrellas son ya puras ante sus ojos” “He aquí que entre sus santos ninguno es inmutable y los cielos no son puros en su presencia”

Esto es lo que debemos aceptar y entender en primer lugar. Mas en seguida sabemos también que Dios, en su misericordia, ha comunicado sus grandes atributos, en diferentes medidas, a sus criaturas racionales; y, ante todo, por ser el más necesario, el de la santidad. Así Adán, desde el momento de su creación, estuvo dotado, aparte de otras cosas y por encima de su naturaleza humana de la gracia de Dios, habiéndole sido dada esta gracia para unirlo con su Creador y hacerlo santo. Por esta razón la gracia se llama la santa gracia; por ser santa, forma el lazo que une al hombre con Dios. Adán, en el paraíso terrenal, podía poseer la inteligencia, otros talentos y muchas virtudes, pero estos dones no lo unían con su Creador. Era la santidad lo que lo unía con Él, porque, como dice San Pablo: “Sin la santidad ningún hombre verá a Dios” Después que el hombre perdió esta santa gracia, todavía continuó poseyendo muchos dones de Dios; pudo aún ser veraz, misericordioso, amante y justo; pero estas virtudes no lo unían con Dios: le faltaba la santidad; por lo cual el primer acto de la bondad de Dios para con nosotros es, según el Evangelio, librarnos, por el sacramento del Bautismo de esta condición de extraños a la santidad, y, por la gracia que entonces se nos da, abrir de nuevo las comunicaciones, durante tanto tiempo cerradas, entre el alma y el cielo.

Por aquí vemos el alcance del título que damos a nuestra Señora, cuando la llamamos Santa María. Cuando Dios quiso preparar una madre humana para su Hijo, la hizo Inmaculada en su Concepción. No comenzó, pues, concediéndole el don del amor, de la verdad, de la dulzura o de la devoción; poseía ya estos dones como consecuencia de su privilegio. Inauguró su grandiosa obra, aun antes de que Ella hubiera nacido, antes de que pudiera pensar, hablar, obrar, haciéndola santa, y, por lo mismo, aunque hija de la tierra, dándole derecho de ciudadanía en el cielo. Tota pulchra es María! Nada de la deformidad del pecado tuvo jamás parte en Ella. Difiere, por esto, de todos los santos. Ha habido grandes misioneros, confesores, obispos, doctores y pastores en la Iglesia. Han realizado grandes obras y han llevado en pos de sí al cielo innumerables penitentes y una inmensa cosecha de almas; han sufrido mucho y han ganado sobreabundantes méritos. Pero María se parece de tal suerte a Jesús, que poniendo la santidad de su divino Hijo aparte de todas las criaturas, también la plenitud de la gracia que hay en Ella, la pone aparte de todos los ángeles y santos.

John Henry, Cardenal, Newman




LA REALEZA DE MARÍA


Esta fiesta de la Santísima Virgen, establecida por el Papa Pío XII el primero de noviembre de 1954, aniversario de la proclamación del Dogma de la Asunción, pone de manifiesto uno de los títulos más gloriosos de la Madre de Dios. Todos los siglos de la era cristiana han desfilado ante el Trono de la Reina del Universo, y en un “crescendo” continuo, cada vez más entusiasta, la han reconocido y saludado como a su Soberana, María es Reina de los Ángeles y de los hombres, porque aventaja en perfección y en dignidad a todos los seres criados. Y, como Reina, ejerce sus funciones desde el Cielo. Aun cuando nosotros no nos acordemos de Ella ni le rindamos pleitesía y vasallaje, no por eso deja de prodigarnos sus favores, de interceder por nosotros y de alcanzarnos las gracias que necesitamos para servir a su Hijo con lealtad y honrarle a Él en Ella. 



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