¡Oh María, Madre dulcísima! Quiero vivir contigo, como un hijo vive con su madre |
El alto puesto que María ocupa
por su cualidad de Madre en la obra de nuestra salvación, justifica plenamente
el deseo de una vida de intimidad con Ella. Lo mismo que el Hijo está tan a
gusto junto a su Madre, así el cristiano vive tan a gusto junto a María; por
eso se ingenia de mil modos para mantener siempre vivo en su mente el recuerdo
de su Madre del cielo. Procura, por ejemplo, tener delante de los ojos su
imagen, acostumbrándose a saludarla amorosamente todas las veces que su mirada
se encuentra con Ella. Pero la mirada profunda de la fe va mucho más lejos que
la mirada de los ojos: penetra y llega hasta María viviente en la Gloria, y
que, a través de la visión beatífica, nos ve, nos sigue, conoce todas nuestras
necesidades, nos ayuda con su asistencia maternal; así, por este ejercicio de
fe, el alma vive en contacto continuo con la Virgen. Espontáneamente, como por
impulso natural de su corazón, multiplica a lo largo del día los pequeños
ejercicios de piedad en su honor, las invocaciones, las jaculatorias y todo lo
que puede intensificar sus relaciones con María. El sábado, el mes de Mayo, las
numerosas fiestas de la Virgen son otras tantas ocasiones para recordarla
particularmente, para meditar sus prerrogativas, para contemplar sus bellezas,
para enamorarse cada vez más de Ella. Es imposible llevar en la mente y en el
corazón la dulce figura de María sin sentirnos movidos a amarla, sin
experimentar la necesidad de demostrarle la verdad de nuestro amor, procurando
agradarle, procurando vivir como verdaderos hijos suyos. Así concebida la vida “mariana”,
la vida de intimidad con María puede penetrar y animar todo el conjunto de
nuestra vida cristiana y hacernos más fieles en el cumplimiento de nuestros
deberes, porque nada puede agradar tanto a la Madre como vernos cumplir por
amor la voluntad de su Hijo. Por otra parte, vivida así, bajo la mirada
maternal de María, la vida cristiana adquiere aquella dulzura especial y
aquella suavidad que brota espontáneamente de la compañía de una Madre
dulcísima que nos rodea de atenciones.
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