martes, 12 de diciembre de 2017

LA ESPERA

Penetra en la más profunda de esa intimidad divina entre María y su Hijo y aprende

Considera esta vida bajo dos aspectos: uno interior y otro exterior. Bajo el aspecto interior, la vida de María es de una absoluta compenetración con su Hijo. Madre e Hijo no vivían una vida semejante, sino una misma vida, una sola vida. No se puede concebir mayor dependencia que la de Jesús en el seno purísimo de María. De Ella recibirá toda su vida, de Ella dependía toda su vida. ¡Qué misterio! ¡Dios depende de una criatura!

Penetra en la más profunda de esa intimidad divina entre María y su Hijo y aprende: recogimiento con el que María reconcentraba en Jesús sin cesar todo su ser; fervor y amor, con Él vivía únicamente para Jesús. Ella veía más con los ojos de su Hijo que con los suyos propios, amaba con el corazón de su Hijo y todos sus gustos eran dárselos a Él. ¡Que amor no sentiría tan puro hacia el Dios que encerraba en su seno! Vida de gozo y alegría inexplicable, porque todas las cosas divinas son gozosas y producen la dicha y felicidad, pero mucho más la posesión de Dios, como la tenían entonces María; no tenía que enviar para nada la gloria de los bienaventurados del Cielo.

En fin, una vida de deseo y de ansia infinita, con las que sin cesar estaría en oración, haciendo violencia a Dios, para que acelerará cuanto antes la hora de revelarse al mundo. La hora de la Redención, esto sobre todo, es lo que más caracteriza este momento de la vida de María. ¡Qué dulce es pensar que en virtud de esta sublime y fervorosa oración, el Padre Eterno adelantó la hora de la Redención del mundo y nos envió a su mismo Hijo a salvarnos!




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