jueves, 14 de diciembre de 2017

LA ESPERA II

Cuántas veces el mérito nuestro se evapora, porque le destapamos delante de los demás y no sabemos guardar nuestras cosas solo para Dios

¡Qué admirable es la Virgen en todo! con una vida interior tan intensa y tan divina como llevaba entonces, no dejaba traslucir nada al exterior. Exteriormente una dulce calma, una simpática sencillez, una muy amable serenidad. Nadie sospechaba lo que pasaba por su interior, nadie, ni siquiera San José. ¡Qué santa avaricia la de María!, ¡cómo guarda para sí el tesoro y no le confía a nadie! Ni la ambición, ni la soberbia, ni el amor propio, ni el deseo de alabanzas, la lanzan a comunicar a nadie su secreto, ni a darse importancia delante de los demás, creyéndose superior a todos, aunque en verdad lo era. ¡Qué humildad más práctica! ¡Qué sencillez tan preciosa! Cuántas veces el mérito nuestro se evapora, porque le destapamos delante de los demás y no sabemos guardar nuestras cosas solo para Dios, o al menos peligra,  porque imprudentemente las exponemos a los ojos de los hombres, buscando más o menos directamente alguna alabanza, alguna estima de ellos.


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