MILAGROS
OBRADOS POR EL ESCAPULARIO CON EL CAPITÁN GÓMEZ SALAS
Mérida, la antiquísima y monumental
Emérita Augusta, capital un día de la Lusitania, donde los emperadores romanos
grabaron con sello indeleble los rasgos de su esplendor y magnificencia, se vio
sujeta también, como tantas ciudades de España, a la tiranía feroz del
marxismo.
Por ventura y dicha de sus
moradores y para honor y gloria de la auténtica España, poco tiempo el feroz
moscovita pudo sojuzgar, con el látigo de su tiranía, a esta reina de la
antigüedad, que llevó uncido a la carroza de sus triunfos a los guerreros y
emperadores más famosos.
Apenas iniciado el glorioso
Movimiento salvador, Mérida sintió el despotismo y la tiranía brutal de un
comité compuesto de indeseables e irresponsables, que hicieron sentir a sus
pacíficos vecinos la zarpa del odio y todos los bajos instintos de la horda.
Bien pronto todo cuanto
significaba religiosidad, valor, patriotismo, talento, honradez, fue conducido
a presencia de aquellos sicarios de Moscú, que sin interrogarles siquiera las
más de las veces, los conducían a la cárcel y si eran mujeres a la ermita de
Santa Catalina.
Fueron más de un centenar las
personas detenidas y aherrojadas por aquella horda de caribes, entre las que se
hallaban distinguidas señoras y señoritas cuyo único delito consistía en ser
apóstoles de la caridad; sacerdotes tan ejemplares como el virtuoso coadjutor
de Santa María, don Victoriano Barroso; jurisconsultos tan dignísimos,
acomodados labradores, honrados artesanos y militares tan prestigiosos como los
hermanos Gómez Salas y el capitán don Federico Manresa, todos pertenecientes a
la gloriosa Arma de Artillería.
Enumerar los ultrajes,
vejaciones y groserías a que se vieron sometidos por aquella chusma soez, ebria
de odio y de sangre, sería tarea más que prolija. Baste decir que se les
sometía a los trabajos más penosos y a las faenas más rudas y humillantes,
teniéndoles sin probar bocado hasta la caída de la tarde y negándoles, a veces,
hasta el agua.
El día 8 de agosto, cuando ya
el glorioso Ejército Nacional arrancaba de las garras del marxismo las hermosas
ciudades extremeñas de Zafra, Los Santos de Maimona, Villafranca y
Almendralejo, y se hallaban a muy pocos kilómetros de Mérida; los esbirros de
Moscú, siguiendo su criminal consigna, sacaron de la cárcel a un grupo
compuesto de unos quince hombres, entre los que se encontraba el pundonoroso capitán
de Artillería don Federico Manresa, y con él lo más representativo y florido de
la juventud emeritense, los cuales fueron vilmente asesinados, después de
someterlos a todo género de vejaciones.
Parece lógico que no parase
aquí el monstruo rojo en sus ansias de exterminio y en su sadismo inaudito de
crímenes sin cuento, y, sin embargo, y esto es lo verdaderamente milagroso y lo
que precisamente motiva estas páginas de loor y agradecimiento a nuestra Madre
bendita del Carmen.
Unos ochenta y cinco hombres
quedaban hacinados en la cárcel de Mérida, que constituían la flor y nata de la
población, y que dadas las circunstancias, máxime siendo algunos de ellos
militares y otros personas de elevada posición social, parece lo más lógico
debieran ser al punto fusilados.
Mas la Virgen Santísima del
Carmen, que prometiera un día ser salvación en los peligros de la vida para
todos cuantos la invocan y llevan con devoción su, bendito Escapulario, se
mostró una vez más propicia y atendió el ruego que le dirigiese su devoto hijo,
el ferviente capitán don Gaspar Gómez Salas, quien desde muy niño le profesó
una devoción filial y ferviente, fruto de aquella educación cristianísima que
recibiera de sus santos padres, quienes tuvieron siempre por su mayor timbre de
gloria el hacer de su hogar una solera de acendrado patriotismo, basado en el
temor de Dios y en el] amor más puro y ferviente a la Virgen del Carmen.
En esa cantera de rancio
abolengo cristiano que formaban las almas de don Ángel Gómez Góngora y doña
María Salas, se forjaron los corazones de sus cristianos hijos.
Debían sacarles una madrugada,
para darles el paseíto, como solían decir en son de mofa los milicianos. Los
infelices detenidos tenían ya el ánimo hecho a que así había de suceder, y
trataban de disponerse lo mejor posible para el viaje a la eternidad,
encomendándose a Dios Nuestro Señor de lo íntimo de sus almas.
"No sé por qué —me dice
mi ilustre interviuvado— sentía en mi interior una confianza ilimitada y tenía
la convicción firmísima de que nada me había de suceder mientras pendiese de mi
cuello el Santo Escapulario, que siempre llevé con singular afecto y devoción.
Para arrancármelo, si hubieran tratado de hacerlo aquellos miserables, me
hubiesen tenido que quitar la vida."
Y aquí está lo prodigioso, lo
circunstancial, lo peregrino del caso: Aquellos hombres que habían decidido
quitarles la vida cierta noche, no se sabe cómo ni el por qué, desisten de su
resolución, tal vez por un fútil motivo; quizá no arrancara el camión en que
debían ser conducidos al lugar previamente designado y, tras ligera discusión,
determinan dejar para otra noche el fusilamiento, cosa que tampoco se efectúa.
¿Casualidad...? ¿Suerte...?
¿El destino...? Así discurriría, sin duda, un espíritu superficial, un
materialista o un impío. Para nosotros los cristianos hay una Providencia, sin
cuya permisión ni uno solo de los cabellos de nuestra cabeza se desprende ni
cae del árbol la hoja, ni los planetas dejan de describir su órbita, y esa
Providencia actúa casi siempre bajo el influjo de las súplicas misericordiosas
de María.
Unos días después las Banderas
del Tercio mandadas por el bizarro general Asensio y en cuyas vanguardias
figuraba el heroico comandante Castejón, acampaban en el Tiro de Pichón,
proponiéndose al día siguiente dar el asalto definitivo a la ciudad embellecida
por Agripa y Trajano. El comité estaba reunido en sesión permanente, teniendo
el propósito de quemar vivos, antes de salir de la ciudad, a sus presos, a
quienes tenían hacinados como reses en uno de los salones de las Casas
Consistoriales.
Los bidones de gasolina
estaban a punto para ser rociados por las puertas y muros del edificio; se oían
los primeros disparos cruzados entre los guardias de Asalto traidores y la
Quinta Bandera del Tercio, que se los merendó en menos de una hora.
No había, pues, tiempo que
perder, y los poncios del comité revolucionario decidieron emplear la gasolina
para acabar con aquellos a quienes ya no podían rematar a tiros. Mas, ¡oh
providencia maternal de la Virgen Santísima del Carmen!, un cañonazo del
inmortal Barrón hizo blanco unos centímetros por bajo del reloj del
Ayuntamiento y, penetrando en el salón de sesiones, puso en precipitada huida a
los primates del comité, quienes, como conejos espantados, abandonaron a toda
prisa el local, como alma que lleva el diablo, y sólo pensaron en salvarse por
pies, sin cuidarse para nada de su presa.
"Reinó un silencio
importante, escalofriante —nos dice mi buen amigo don Gaspar—. Ante el peligro
inminente en que nos vimos de que otro disparo más largo que el anterior cayese
en nuestra prisión, yo me puse por fuera el Santo Escapulario, apresurándome, como
otros muchos, a pedir la absolución de mis culpas al dignísimo sacerdote que
con nosotros se hallaba detenido."
Ante el alborozo general de
verse libres de sus carceleros y escucharse ya tan cerca los disparos de
nuestro glorioso ejército, los más impulsivos quisieron abrir las puertas de la
prisión y lanzarse impetuosos y eufóricos a las calles, pudiendo, a duras
penas, el capitán que con ellos se hallaba recluido, en unión de otros cuantos
varones prudentes, disuadirlos de su descabellado propósito, ya que habría sido
una temeridad el lanzarse a la calle, pues el ver salir corriendo de un local a
unos ochenta hombres hubiese dado motivo a los legionarios y demás fuerzas
liberadoras a creerlos rojos y disparar sobre ellos.
Se impuso al fin la cordura y
la sensatez, decidiendo esperar a sus libertadores. El momento fue de una
emoción y de un dramatismo indescriptible. Una avanzadilla del Tercio llegó
hasta la puerta principal de las Casas Consistoriales. Como la hallasen
cerrada, golpearon una y otra vez con las culatas, por ver si cedían, cada
golpe era un aldabonazo dado en el corazón de los que allí se encontraban que
les anunciaba el término de sus padecimientos y su incorporación a la auténtica
y verdadera España, por la que tanto habían suspirado.
Al fin suenan golpes de hacha
y la puerta cede; entran con precaución los del Tercio, pues saben sobradamente
que el enemigo es felino, traicionero y cobarde... Los de dentro perciben
claramente esta voz: "Mi teniente, debe ser por aquí. Estos son, sin duda
alguna, soldados de España, pues se advierte la sumisión y el respeto al
oficial y al Mando."
Un golpe a la puerta que les
oculta y retiene, unos fusiles que apuntan y luego un ¡¡Viva España!! Estentóreo
que sale de todos los pechos y vibra más por lo mucho que estuvo represado y
contenido en aquellas gargantas viriles.
Después, abrazos, risas y
lágrimas, todo mezclado, en que se confunden libertados y libertadores.
"Fue una vez más la
Santísima Virgen del Carmen —me vuelve a repetir mi amigo— la que nos salvó de
este segundo peligro, y estoy pronto y dispuesto a sostenerlo y afirmarlo con
todas las veras de mi alma, pues ninguno que la invocó con fe, como yo, en
aquellas horas terribles, dejó de experimentar su protección
misericordiosa."
Apenas si había transcurrido
un mes; era el día 13 de septiembre, y en el contrataque a Villa Gonzalo, yendo
al mando de las Milicias de Mérida, fue herido mi buen amigo el capitán Gómez
Salas de un balazo en la sien, tiro que debió ser mortal de necesidad, según dictaminaran
los médicos.
Mas aquel Escapulario bendito,
que él guarda como venerada reliquia y que jamás le abandonó en los peligros,
por tercera vez le salvó de una muerte ciertísima, sanando de la herida en muy
pocos días y quedando como si nada le hubiese sucedido. Fue vehemente deseo de
este hijo agraciado y protegido por la Virgen el que se difundiera esta merced
que le dispensara la Virgen del Carmen, a fin de que se avive cada día más en
las almas el amor a la Reina del Carmelo y para que se aumente incesantemente
en los corazones la devoción a su Santo Escapulario.
Milagros y Prodigios del Santo
Escapulario del Carmen,
por el P. Fr. Juan Fernández
Martín, O.C.
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