domingo, 1 de mayo de 2016

MES DE MAYO, MES DE MARÍA

¿cómo no pensar en María, que en su Corazón, Templo del Espíritu Santo, meditaba e interpretaba fielmente todo lo que su Hijo decía y hacía?

Mayo es un mes amado y llega agradecido por diversos aspectos. En nuestro hemisferio la primavera avanza con muchas y polícromas florituras; el clima es favorable a los paseos y a las excusiones. Para la Liturgia, mayo pertenece siempre al tiempo de Pascua, el tiempo de “aleluya”, del desvelarse del misterio de Cristo a la luz de la Resurrección y de la fe Pascual: y es el tiempo de la esperanza del Espíritu Santo, que descendió con poder sobre la Iglesia naciente en Pentecostés. A ambos contextos, el “natural” y el litúrgico, se combina bien la Tradición de la Iglesia de dedicar el mes de mayo a la Virgen María. Ella, en efecto, es la flor más bella surgida de la creación, la “rosa” aparecida en la plenitud del tiempo, cuando Dios, mandando a su Hijo, entregó al mundo una nueva primavera. Y es al mismo tiempo la protagonista, humilde y discreta, de los primeros pasos de la Comunidad Cristiana: María es su Corazón Espiritual, porque su misma presencia en medio de los discípulos es memoria viviente del Señor Jesús y prenda del don de su Espíritu.

En el capítulo 14 de San Juan, se nos ofrece un retrato espiritual implícito de la Virgen María, allí donde Jesús dice: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn. 14, 23) Estas expresiones se dirigen a los discípulos, pero se pueden aplicar al máximo grado a Aquella que es la primera y perfecta discípula de Jesús. María de hecho observó primera y plenamente la palabra de su Hijo, demostrando así que le amaba no sólo como madre, sino antes incluso, como sierva humilde y obediente; por esto Dios Padre la amó e hizo morada en Ella la Santísima Trinidad. Y aún más, allí donde Jesús promete a sus amigos que el Espíritu Santo les asistirá ayudándoles a recordar cada una de sus palabras y a comprenderla profundamente (cfr. Jn. 14, 26), ¿cómo no pensar en María, que en su Corazón, Templo del Espíritu Santo, meditaba e interpretaba fielmente todo lo que su Hijo decía y hacía? De esta forma, ya antes y sobre todo después de la Pascua, la Madre de Jesús se convirtió también en la Madre y el Modelo de la Iglesia.

De las palabras de SS Benedicto XVI en el rezo del Regina Coeli,
 el día 9 de mayo de 2010



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