miércoles, 27 de abril de 2016

LA HUMILDAD DE MARÍA

¿Cómo pudiste unir, compaginar en tu Corazón un concepto tan humilde de Ti misma, con tanta pureza, tanta inocencia, y especialmente con esa plenitud total de gracia?

¡Qué grande y qué sublime es tu humildad, que no siente seducción de la gloria, ni conoce la altivez en el honor! Has sido predestina a ser Madre de Dios, y te llamas esclavas. ¡Oh Señora! ¿Cómo pudiste unir, compaginar en tu Corazón un concepto tan humilde de Ti misma, con tanta pureza, tanta inocencia, y especialmente con esa plenitud total de gracia? ¡Oh bienaventura! ¿Dónde se plasmó esa tu humildad tan profunda? Ciertamente, has merecido por esta virtud que el Señor te mirase con especial amor, has merecido que el Rey se enamorase de tu belleza, has merecido arrancar el Hijo del seno del Padre y que se hiciese carne en el tuyo (San Bernardo)

¡Oh María! Te declaraste esclava del Señor, y has vivido de verdad como una esclava, siempre sometida humildemente a su voluntad, siempre pronta a cumplir sus órdenes, sus llamamientos. ¿Hay alguien que con más verdad que Tú pueda como Jesús decir: “Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre?” (Jn. 4, 44). ¡Oh María, Hija Dulcísima del Padre Celestial! Imprime en mi corazón un poco de tu docilidad y de tu amor a la voluntad de Dios, para que pueda servirte menos indignamente.



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