lunes, 14 de julio de 2014

PRODIGIOS DEL SANTO ESCAPULARIO DEL CARMEN


FAVORECE MARÍA SANTÍSIMA A UNA DONCELLA DEVOTA Y PUDOROSA A QUIEN UN HOMBRE LIVIANO Y DESALMADO ARROJARA AL MAR

Nuestra Señora del Carmen - Granada

Don Alfonso de Meneses, Prefecto de las Galeras de Nápoles, tenía a su servicio una tierna doncellita, llamada Lelia, tan hermosa e inteligente como honesta y recatada, la cual era en extremo devotísima de nuestra Santísima Madre del Carmen, vistiendo desde su niñez el Santo Escapulario. Prendóse de ella tan ciega y apasionadamente un infeliz mancebo, que sólo su modestia pudiera refrenar sus atrevidos pensamientos. Aparentó cesar en su loco devaneo, pero fue sólo para mejor lograr lo que urdía o maquinaba su depravada malicia. 

Habiendo salido el Señor de Nápoles con sus galeras, fingió el criado que le había dejado dicho su señor, al hacerse a la mar, que en tal día de la semana próxima fuese Lelia acompañada del criado en una chalupa para llevarle unas mudas de ropa a un puerto cercano. La inocente muchacha, luego que llegó el día señalado, creyendo obedecer el mandato de su amo, tomando la ropa que juzgara necesaria, sin advertir ni reparar el menor peligro, entró sola con el soldado en la chalupa. A los pocos minutos de hacerse a la mar ya conoció la inocente doncellita los depravados designios de aquel avieso y lascivo mancebo. Ya que estuvieron en alta mar, creció de todo punto su tribulación con la furiosa tempestad que el corazón podrido de aquel licencioso lanzaba bramando contra ella. Viendo el desalmado mancebo que se resistía trató de violentarla, mas ella se defendió tan valerosamente que nada pudo conseguir su instinto bestial y depravado. 

Ebrio y ciego de furor el licencioso mancebo, tomándola por la cintura, arrojóla al mar, cosa a la que Lelia no se resistió, por librarse de las miradas lascivas de aquel monstruo del averno, pues confiaba en el poderoso valimiento y en el auxilio presto y eficaz de la Virgen Santísima del Carmen, cuyo Escapulario llevaba al cuello, con fervor, desde muy niña. Y en efecto, no se hizo esperar un solo instante. 

No haría un cuarto de hora que estaba sumergida en las aguas, e invocando sin intermisión a la Santísima Virgen, cuando la Divina Providencia dispuso que pasara muy cerquita de ella una nave, e inspirada por la Reina del Cielo comenzó a dar voces diciendo: ¡Pedro Andrés Cenemón, socorredme! Percibiéronse claramente en la nave las tristes y decaídas voces que diera la infeliz, sin que el ruido del oleaje pudiese desvanecer el triste acento de la doncella, y quedando maravillado el patrón de que le llamaran por su propio nombre. 

El primer pensamiento o la primera corazonada de Pedro fue el creer que algún conocido, desde alguna embarcación cercana, le llamaba; mas le desengañó la vista, pues en cuanto alcanzaba el horizonte no pudo descubrir ser alguno. Volvió a repetir otra vez la misma plañidera voz igual exclamación, y al oído certificó la vista, pues vio sobre el agua a una mujer, y arrojándose al punto al mar libró de aquel peligro a la que María Santísima había querido salvar maravillosamente. 

Ya en la nave, y luego que se hubo Lelia recobrado, comenzó a dar gracias a María Santísima entre amorosos suspiros y tiernísimas lágrimas, sin que el patrón de la nave y los demás compañeros saliesen de su estupor, al ver que le había llamado por su propio nombre sin que jamás le hubiera conocido. Interrogada por éste respondió : "Has de saber, Pedro, que luego que caí al mar, me recogió en su manto una hermosísima Señora vestida de hábito del Carmen, la cual, cuando pasabas, me indicó te llamase por tal nombre, pues tú me sacarías del mar." 

No le cabía el gozo en el corazón a Pedro Andrés viéndose favorecido por la Madre de Dios para librar a su devota hija de semejante peligro. Y dejando el rumbo que llevaba encaminó la proa de su embarcación hacia Nápoles, a fin de dejar allí su milagrosa huésped. Llegados al puerto, desembarcó Lelia, la cual, sin detenerse un punto, corrió hasta el convento de los Carmelitas, publicando a voces por las calles la misericordia que María Santísima había obrado con ella. 

Dio a la Virgen Santísima, en su imagen de la Bruna, las más rendidas acciones de gracias, y después de autenticar este prodigio se pintó en un lienzo a la Virgen Santísima sosteniéndola en las aguas y a Pedro depositándola en su nave, para que no faltase en lo futuro quien diese gracias a nuestra Madre amorosísima por semejantes prodigios como reserva y dispensa a sus devotos. Ave María. 

Milagros y Prodigios del Santo Escapulario del Carmen por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O.C.




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