"Et ingressus angelus ad eam dixit: Ave gratia plena: Dominus tecum: benedicta tu in mulieribus" (Secundum Lucam 1, 28) |
Aprendimos esta salutación de un Ángel, de una mujer llena
del Espíritu Santo, que fue Santa Isabel, y de la santa Iglesia; porque todos
han de alabar a María: los Ángeles y los hombres, la Iglesia y la sinagoga.
Tomemos por padrinos para entrar a hablar a tan Soberana Reina, a San Gabriel y
Santa Isabel; y entremos con grande confianza de alcanzar lo que deseamos, porque
ni el Hijo sabe negar lo que pide su Madre, ni la Madre de Misericordia lo que
le ruegan sus devotos.
Considerando a Dios presente, se pedirá gracia para alabar a
su Santísima Madre.
En cada palabra del Ave María considerará la excelencia de la Virgen que significa. Se
gozará de ella. Dará gracias a Dios porque se la dio. Pedirá a la Virgen le alcance alguna
gracia, conforme al Misterio.
Dios te salve.
Así saludó la Santísima Trinidad
a María Santísima, por boca de San Gabriel; el Padre, como a Hija, el Hijo,
como a Madre, que luego había de ser; el Espíritu Santo, como a Esposa.
Gocémonos de la honra de María. Demos gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo. Pidamos a María que nos salude diciendo Dios te salve.
María. Ese nombre
añadió aquí la Iglesia
a las primeras palabras del Arcángel, porque advirtamos mejor con quién
hablamos, y demos a María Santísima esta alabanza, que es sumario de todas sus
alabanzas; porque este nombre, dado de Dios a la Virgen , significa Estrella
del Mar, Señora, Madre de Dios y otras grandezas suyas. Gocémonos de que tenga la Virgen tan excelente
nombre. Demos gracias al Señor porque se lo dio. Roguemos a María Santísima
que, conforme a su nombre de Estrella del Mar, nos alumbre y guíe entre las
tempestades del mundo.
Llena eres de gracia.
María es toda graciosa, mar de todas las gracias, piélago de todas las
virtudes; abismo de todas las perfecciones, a quien no falta ninguna gracia, ni
tuvo entrada alguna culpa. Gocémonos y demos gracias al Señor y pidamos a María
Santísima nos alcance gracia para excusar toda culpa.
El Señor es contigo.
Dios estuvo siempre en la
Virgen como en templo, trono y sagrario; en cuanto hombre
estuvo nueve meses en su vientre, treinta años en su casa, muchas veces en su
pecho sacramentado, y ahora no se apartará de ella por toda la eternidad.
Gocémonos y demos gracias al Señor y pidamos a la Señora que esté con
nosotros por su piedad, para que esté Dios en nosotros por gracia.
Bendita eres entre
todas las mujeres. Es bendita María entre todas las mujeres, porque mereció
la bendición que ninguna alcanzó, ser Madre sin dejar de ser Virgen, parir sin
dolor y sin corrupción, y vencer en su Hijo solo la fecundidad de todas las
madres, sin perder la primacía de todas las vírgenes. Gocémonos y demos gracias
al Señor y pidamos a María que nos bendiga para merecer ser benditos de su
Hijo.
Y bendito es el fruto
de tu vientre, Jesús. Por Jesús es bendita María, como el árbol por su
fruto. Gocémonos de que Jesús sea fruto de María y de que María llevase por
fruto a Jesús. Bendigamos a Jesús. Porque quiso ser fruto de tal árbol. Y
pidámosle, por el amor de su Madre, que nos diga el día del juicio: Venid,
benditos de mi Padre, a poseer el reino.
Santa María, Madre de
Dios. Esta es la mayor dignidad que cabe en pura criatura, y la mayor
alabanza que podemos dar a la Virgen.
Gocémonos de la suma dignidad de María y demos gracias a
Dios. Pidamos a la Madre
de Dios que no se dedigne de ser Madre de los pecadores.
Ruega por nosotros
pecadores. Pedimos a María que ruegue, porque sus ruegos pueden más que los
de todos los Santos; y si Ella no ruega por nosotros pecadores, ¿qué será de
nosotros, que merecemos por nuestros pecados estar en el infierno? Ya
estuviéramos destruidos, ya estuviera el mundo acabado, si no fuera por los
ruegos de María. Gocémonos del poder de María y demos gracias de Dios, que se
lo dio para su honra y nuestro provecho. Pidamos a María que no cese de rogar.
Ahora y en la hora de
nuestra muerte. Ahora, que es el día de hoy, y todo el tiempo de esta vida,
que es una continua batalla con el mundo, el demonio y la carne, en que seremos
vencidos si nos falta la protección de María. Y en la hora de nuestra muerte,
que es el tiempo más peligroso, y el momento de que pende la eternidad de la
pena o de la gloria. Gocémonos del poder de María y demos gracias a Dios.
Pidamos a la Madre
de Misericordia que no nos desampare en la hora de la muerte.
AMÉN. Así sea.
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