En este tiempo de Adviento, contemplemos cómo la humildad siempre va acompañada de la Paz, ese silencio plácido que invade el alma y la hace descender a las profundidades del Inmaculado Corazón de María.
Sin embargo, lo que la
humildad produce en nosotros se produce de manera incomparablemente más
perfecta en María.
De hecho, la paz que
nuestro Rex pacificus causó en nuestras almas a través de su
cruz, la causó poniendo las cosas en orden. Sin embargo, en la Virgen María no
había necesidad de restaurar el orden, ya que Ella es la Inmaculada. No sólo
está en paz, sino que Ella misma es completamente pacificada. Se podría decir
que Ella es la paz misma.
En las letanías es llamada “La
Reina de la Paz”. De hecho, Ella lleva este título en el sentido completo de la
palabra: Al lado de Dios, que es la Paz, la Virgen María es una imagen de esta
paz de Dios. Y entonces, a nuestro lado, la Virgen María es la causa de nuestra
paz. La Virgen María es pacificada porque todo en ella está perfectamente en
orden.
Cada Ecce que
pronunciaba era seguido por el Fiat del consentimiento, de la
aceptación. Ella era perfectamente sumisa, perfectamente dependiente de Dios.
Siempre permanecía en su lugar. Nunca le negó nada a Dios. Siempre consintió,
siempre aceptó. Confiaba sin preocuparse por nada. Siempre estaba en paz sin
que nada la molestara o perturbara. Todas las pruebas de su vida, todas esas
espadas que atravesaron su alma, a lo largo de su existencia, a lo largo de su
vida con Jesús, siempre la encontraron perfectamente dispuesta, completamente
en paz, inclinada a aceptar la Voluntad de Dios tal como se manifestaba. Y
precisamente esto le da una majestad extraordinaria. No sólo es pacificada, es
la Reina de la Paz. Parece como si el Rex pacificus le hubiera
comunicado su encanto real.
La Virgen María, no sólo es
completamente pacificada, sino que ella misma nos pacifica. Cuando la miramos
es como cuando miramos a una reina, una mujer que nos comunica su paz. Ella nos
pacifica, nos pone en nuestro lugar. Su mirada nos endereza, nos ordena, nos
limpia, nos hace dependientes de Dios.
¿Crees que amar a Dios es
darle algo? Dale acceso, no pide nada más. Esto es lo que hace la Virgen María.
Amar a Dios es ofrecerse a la generosidad de su amor, es permitirle que nos
ame. Esto es lo que la Virgen María hizo y esta es la verdadera Paz que el
mundo no puede dar y que sólo la humildad enseña.
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