Refiere el Beato Alano,
en su Salterio, que una religiosa muy devota del Rosario se apareció después de
su muerte a una de sus hermanas y le dijo:
"Si pudiera volver a mi cuerpo para decir solamente un avemaría, aun cuando fuera sin mucho fervor, por tener el mérito de esa oración, sufriría con gusto cuantos dolores padecí antes de morir."
Hay que advertir que había
sufrido durante varios años crueles dolores.
"Que quien te ama, ¡oh
excelsa María!, escuche esto y se llene de gozo: El cielo exulta de dicha, y de
admiración la tierra, cuando digo Ave María. Mientras aborrezco al mundo, en
amor de Dios me inundo cuando digo Ave María. Mis temores se disipan, mis
pasiones se apaciguan, cuando digo Ave María. Se aumenta mi devoción y alcanzo
la contrición cuando digo Ave María. Se confirma mi esperanza, mi consuelo se
agiganta, cuando digo Ave María. Mi alma de gozo palpita, mi tristeza se
disipa, cuando digo Ave María, porque la dulzura de esta suavísima salutación
es tan grande que no hay término apropiado para explicarla debidamente, y
después que hubiera uno dicho de ella maravillas, resultaría aún tan escondida
y profunda que no podríamos descubrirla. Es corta en palabras, pero grande en
misterios; es más dulce que la miel y más preciosa que el oro. Es preciso
tenerla frecuentemente en el corazón para meditarla y en la boca para leerla y
repetirla devotamente."
Beato Alano de la
Roche, a la Santísima Virgen.