Tu Natividad, ¡oh Virgen y
Madre de Dios!, anunció la alegría al mundo entero: porque de Ti ha nacido el
Sol de Justicia, Cristo, nuestro Dios, que borrando la maldición, nos trajo la
bendición del cielo, y, confundiendo a la muerte, nos dio la vida perdurable.
Así como la primera Eva,
radiante de vida e inocencia, salió del costado de Adán, la Virgen María, resplandeciente
e Inmaculada, salió del corazón del Verbo eterno, quien, por obra y gracia del
Espíritu Santo, como lo enseña la liturgia, quiso formar ese cuerpo y esa alma
que algún día le servirían como tabernáculo y altar.
Esta fiesta tiene su origen en
oriente, donde se le menciona en las homilías de Andrés de Creta. Por el contrario,
en Roma, todavía en la época de Honorio I (625-638), se seguía celebrando este
día la fiesta de San Adrián. Por lo tanto, la fiesta de la Natividad de la
Santísima Virgen en occidente aparece únicamente hasta el papado de Sergio I
(687-701).
Éste es el día de cantar con
la Santa Iglesia: "Tu nacimiento, ¡oh
Virgen gloriosa!, anuncia para el mundo la más pura de las alegrías".
Porque esta Niña que hoy nace es la mujer predestinada de quien se dijeron esas
palabras de una profundidad insondable: “María,
de qua natus est Jesus”. María es inseparable de Jesús, y las gentes
decían: "¿No es éste el Hijo de
María?" En relación con Jesús la predestinó Dios Padre desde toda la
eternidad, la formó el Verbo Creador, y la enriqueció y hermoseó el Espíritu
Santificador.
«No fue inventado en la
tierra el nombre santísimo de MARÍA, sino que descendió del cielo por
divina ordenación». Después del
santo nombre de Jesús, es el de MARÍA tan rico en bienes soberanos, que
ni en la tierra ni en el cielo resuena otro con el que experimenten las almas
piadosas tantas avenidas de gracia, confianza y dulzura.
Escribe San Ambrosio, es vuestro nombre, María, bálsamo lleno de
celestial fragancia, y así, Virgen piadosísima, os pido que descienda hasta lo
íntimo de mi corazón, concediéndome que lo traiga siempre estampado en él con
amor y confianza, pues quien os tenga y os nombre así, puede estar seguro de
haber alcanzado ya la gracia divina, o, al menos, prenda segura de haberla de
poseer pronto.
La misma bienaventurada Virgen reveló a Santa Brígida que no hay en
esta vida pecador tan tibio en el amor divino que, invocando su Santo Nombre, con
propósito de enmendarse, no ahuyente luego de él al demonio. Y se lo confirmó
diciéndole que todos los demonios de t a l modo veneran su nombre y lo temen,
que al oírlo resonar sueltan luego del alma las uñas con que la tenían asida.
Atestigua San Germán de Constantinopla que, así como la respiración es
señal de vida, así también el pronunciar a menudo el nombre de María es señal,
o de vivir ya en la divina gracia o de que presto vendrá la vida; pues este
poderoso nombre tiene la virtud de alcanzar el auxilio y la vida a quien
devotamente lo invocare.
Sigamos, pues, siempre el admirable consejo de San Bernardo, que dice:
En todos los peligros de perder la gracia divina pensemos en MARÍA, e
invoquemos a MARÍA juntamente con el nombre de Jesús, pues estos dos
nombres van estrechamente unidos. Jamás se aparten estos dos dulcísimos y
poderosísimos nombres de nuestro corazón y de nuestra boca, porque ellos nos
darán fuerza para no caer y para vencer todas las tentaciones. Son magníficas
las gracias que Jesucristo ha prometido a los devotos del nombre de MARÍA.
San Efrén llega a decir que el nombre de MARÍA es la llave de la puerta
del cielo para el que devotamente lo invoca. Y Tomás de Kempis asegura: Si
queréis, hermanos, hallar consuelo en todos los trabajos, acudid a MARÍA,
invocada MARÍA, obsequiada MARÍA, encomendaos a MARÍA.
Alegraos con MARÍA, con MARÍA llorad, con MARÍA rogad, con
MARÍA caminad, con MARÍA buscad a Jesús. Con Jesús y MARÍA,
en fin, desead vivir y morir.
Después del más santo y adorable nombre de Jesús, no hay nombre más
glorioso o más poderoso que el nombre de MARÍA. Ante la mención de este
nombre los ángeles se regocijan y los demonios tiemblan; a través de esta
invocación de este nombre, los pecadores obtienen la gracia y el perdón.
Observa San Pedro Canisio.
En el Avemaría ya bendecimos el nombre de MARÍA, haciéndolo con
siete alabanzas grandiosas, antes de llegar a pedirle su intercesión ante Dios:
«ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». Y
también las Bendiciones en la adoración eucarística: «Bendito sea el nombre
de MARÍA, Virgen y Madre».
Concluyamos con San Alfonso: Muy dulce es, por tanto, ya en esta vida
el santísimo nombre de MARÍA para sus devotos, por las innumerables
gracias que, como hemos visto, les alcanza. Pero más dulce lo hallarán en la hora
suprema por la dulce y santa muerte que les obtendrá.
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