martes, 11 de febrero de 2020

11 DE FEBRERO, NUESTRA MADRE DE LOURDES

Aurora que precedes al sol, feliz mensajera de salvación: a Vos, ¡oh Virgen!, acude suplicante vuestro pueblo en medio de las sombras de la noche

HOMILIA DE SAN BERNARDO, ABAD

Alégrate, ¡oh padre Adán!, pero tú, madre Eva, alégrate aún más. Así como fuisteis los primeros padres de todos los hombres, fuisteis también causantes de su muerte; y, lo que es más, causasteis su muerte antes de darles la vida. Consolaos al pensar en vuestra Hija; ¡que Hija! Consolaos ambos, repito, pero principalmente la que fue la causante primera del mal cuyo oprobio se ha transmitido a todas las mujeres. En efecto, llega ya el tiempo en que se borrará este oprobio, y que el hombre no tendrá ya motivo de acusar a la mujer; buscando inconsideradamente cómo excusarse, no reparó en acusarla, diciendo: “La mujer que me disteis por compañera, me ha ofrecido el fruto del árbol y lo he comido”. ¡Oh Eva!, acude, pues, a María; ¡oh madre!, acude a la Hija; responda la Hija por la madre, y líbrela del oprobio; satisfaga Ella a su Padre por la madre; porque si el hombre cayó por una mujer, no se levantará sino por una mujer.

¿Qué es lo que decías, Adán? La mujer que me disteis, me dio el fruto del árbol, y comí. Palabras de malicia son éstas, que acrecientan tu culpa en vez de borrarla. Con todo, la Sabiduría ha vencido a la malicia, pues aunque malograste la ocasión que Dios quería darte para el perdón de tu pecado, cuando te preguntaba y hacía cargo de él, ha hallado en el tesoro de su indeficiente piedad arbitrios para borrar tu culpa. Te da otra mujer por esa primera mujer, una prudente por esa fatua, una humilde por esa soberbia, la cual, en vez del árbol de la muerte, te dará el gusto de la vida; en vez de aquel venenoso bocado de amargura, te traerá la dulzura del fruto eterno. Por tanto, muda las palabras de la injusta acusación en alabanzas y acción de gracias a Dios, y dile: Señor, la mujer que me habéis dado, me dio del fruto del árbol de la vida y comí de él; y ha sido más dulce que la miel para mi boca, porque en él me habrá dado la vida. He aquí por qué fue enviado al Ángel Gabriel a la Virgen. ¡Oh Virgen admirable y dignísima de todo honor! ¡Oh mujer singularmente venerable, admirable entre todas las mujeres, reparadora de sus padres y fuente de vida para sus descendientes! 

¿Y qué otra mujer te parece que predijo Dios, cuando dijo a la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer?” Y si todavía dudas que hablase de María, oye lo que sigue: “Ella misma quebrantará tu cabeza” ¿Para quién se guardó esta victoria, sino para María? Ella sin duda quebrantó su venenosa cabeza venciendo y reduciendo a la nada todas las sugestiones del enemigo, así en los deleites del cuerpo como en la soberbia del corazón. ¿Qué otra fijamente buscaba Salomón, cuando decía: Quién hallará una mujer fuerte? Conocía este sabio la debilidad de este sexo, su frágil cuerpo y su corazón inconstante. Con todo eso, porque había leído que la había prometido Dios, y sabía que convenía que quien había vencido por una mujer fuese vencido por otra, con una relevante admiración decía: ¿Quién hallará una mujer fuerte?, o sea: ya que esté dispuesto por el consejo divino, que de la mano de una mujer venga la salud de todos nosotros, la restitución de la inocencia y la victoria del enemigo, es necesario que se encuentre la mujer fuerte, que sea capaz de obra tan grande.

Del Oficio de Maitines,
del “Breviario Romano”
(Gubianas-1940)



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