miércoles, 11 de octubre de 2017

MATERNIDAD DE LA MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA

Bendita eres por el Señor, ¡oh Virgen!, porque por Ti hemos participado del fruto de la vida

Una Virgen, perteneciente a la estirpe Real de David, es escogida para llevar en su seno, cual Fruto Sagrado, un Hijo que será a la vez Dios y Hombre, y al cual, antes que corporalmente, concebirá espiritualmente. Y para evitar que María, desconocedora de los designios divinos, se espantara al anuncio de un hecho tan extraordinario, un Ángel le manifiesta lo que en ella obrará el Espíritu Santo, y la tranquiliza acerca de su virginidad, que ningún detrimento experimentará con ocasión de su Maternidad Divina. Y efectivamente: ¿Por qué desconfía María ante lo insólito de aquella concepción, cuando se le promete que todo se efectuará por la virtud del Altísimo? Cree María, y su fe se ve corroborada por un milagro ya realizado: la inesperada fecundidad de Isabel, que le ha sido concedida para evidenciar la posibilidad de hacer con la Virgen lo que se ha hecho con una estéril. Así, pues, el Verbo, el Hijo de Dios, que en el principio estaba en Dios, por quien han sido creadas todas las cosas y sin Él cual ninguna cosa ha sido hecha, se hace hombre para librar a los hombres de la muerte eterna.

Descendiendo de la celestial morada, sin abandonar, empero, la gloria del Padre, Nuestro Señor Jesucristo llega a nuestras bajas regiones, acomodándose a un nuevo orden de cosas y viniendo al mundo según un nuevo género de natividad. Acomodándose a un nuevo orden de cosas: porque siendo invisible en su naturaleza, se hace visible en la nuestra; siendo inmenso, se reduce a límites; siendo anterior a los tiempos, empieza a existir en el tiempo. Viene al mundo según un nuevo género de natividad: es concebido, en efecto, por una Virgen y nace de una Virgen, sin concurso carnal paterno ni detrimento de la integridad materna, porque convenía que el futuro Salvador de los hombres asumiera al nacer la substancia humana, pero en forma del todo ajena a las impurezas de nuestra carne: que fuese diferente de nosotros en el origen y semejante en le naturaleza. Esto que nosotros creemos se aparta de lo que acostumbramos a ver. No importa; nada podía impedir al poder Divino el hacer que una Virgen concibiera y que permaneciera virgen en el parto y después del parto.

San León, Papa

En el año mil novecientos treinta y uno se celebró, con general aplauso del orbe católico, un solemne jubileo; quince siglos habían transcurrido desde que, bajo la presidencia del Papa Celestino, los Padres del Concilio de Éfeso habían aclamado Madre de Dios, contra los herejes nestorianos, a la Bienaventurada Virgen María, de la cual nació Jesús. Ahora bien: el Papa Pío XI quiso perpetuar la memoria de tan fausto acontecimiento con un perenne testimonio de su piedad.  En la misma Roma, la proclamación del Concilio de Éfeso había tenido su monumento insigne en el arco triunfal de la Basílica de Santa María la Mayor, en el Esquilino; Sixto III la había adornado, más adelante, con un admirable mosaico que con el tiempo de deterioró; pues bien: Pío XI hizo llevar a cabo, a sus expensas, una feliz restauración de dicho mosaico y del transepto. Publicó, además una Encíclica en que, poniendo de relieve los genuinos puntos de vista del Concilio Ecuménico de Éfeso, trató luminosa y devotamente, y con gran abundancia de doctrina, el inefable privilegio de la Divina Maternidad de la Bienaventurada Virgen María, para que el conocimiento de tan excelso misterio penetrara más profundamente en el espíritu de los fieles. Propuso al mismo tiempo, a María, Madre de Dios, bendita entre todas las mujeres, y a la Santa Familia de Nazaret, a nuestra imitación como los más insignes modelos de dignidad y de santidad en un casto matrimonio y de la piadosa educación que es preciso dar a la juventud. Por último, para que no faltara un monumento litúrgico dispuso que todos los años, el día once de octubre, se celebrase, en la Iglesia Universal, con Misa y Oficio propios y con rito doble de segunda clase, la Fiesta de la Divina Maternidad de la Bienaventurada Virgen María.

Del Oficio de Maitines,
del “Breviario Romano”
(Gubianas-1940)



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