¡Oh Virgen Dolorosa!, por el
dolor que sufriste cuando el anciano Simeón te profetizó las contradicciones
con que el mundo había de perseguir a tu Hijo, te suplico no permitas que yo me
encuentre entre los mundanos enemigos de tu Hijo, sino entre los que profesan
dócilmente su doctrina y la reflejan en sus costumbres verdaderamente
cristianas, para que sea también de aquellos a quienes Él será resurrección y
vida.
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