lunes, 26 de junio de 2017

MADRE DE DIOS

¡Oh Virgen María! ¡Con cuánta devoción debería mi corazón abrirse y darse todo a Ti!

Te doy gracias, Señor, desde lo más íntimo del corazón porque te dignaste tomar por nosotros, indignos y miserables, nuestra naturaleza, y quisiste, al nacer de la Virgen, ser amamantado, ser adormecido en su seno, y estar sujeto a Ella. Tú que conservas y gobiernas todas las cosas, te has dignado iluminarme mostrándome que tienes una Madre, y me has concedido, a mí, indignísima criatura, que pueda y me atreva a saludarla… ¡Oh Virgen María! ¡Con cuánta devoción debería mi corazón abrirse y darse todo a Ti! Mi boca debería henchirse de una admirable dulzura, cuando te saludo, ¡oh dulce y benigna Señora!, y cuando bendigo el fruto de tu seno. ¿Cómo es posible, Madre mía, que, al saludarte, no me sienta inundado de tanto placer que olvide por Ti y por tu Fruto todas las cosas de este mundo? ¿Hay algo que puedas escuchar con más gusto que el saludo, que te reconoce Madre de Dios? Tú quieres que los hombres se gocen en Ti, de tal modo que su amor y su afecto termine siempre en Aquél, de quien eres Madre; porque Tú sólo deseas una cosa, ser saludada y conocida como Madre de Dios

San Buenaventura




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