¡Oh Santísima Virgen María!,
Madre de la divina gracia, que vestida de nívea blancura te apareciste a unos
pastorcitos sencillos e inocentes, enseñándonos así cuánto debemos amar y
procurar la inocencia del alma, y que pediste por medio de ellos la enmienda de
las costumbres y la santidad de una vida cristiana perfecta. Concédenos
misericordiosamente la gracia de saber apreciar la dignidad de nuestra
condición de cristianos y de llevar una vida en todo conforme a las promesas
bautismales. Así sea.
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