Cuando nos sintamos, pues, oprimidos bajo el peso de las cruces, acudamos a María |
Siendo este mundo un lugar de
méritos, con razón se llama valle de lágrimas; pues aquí todos estamos puestos
para padecer y conquistar con la paciencia la vida eterna a nuestras almas,
como ya lo expresó el Señor diciendo: “Con vuestra paciencia poseeréis vuestras
almas” Dios nos dio a la Virgen María como modelo de todas las virtudes, pero
especialmente como ejemplar de paciencia. San Francisco de Sales hace entre
otras reflexión, que Jesucristo en las bodas de Caná dio para este fin a la
Santísima Virgen aquella contestación con la cual parecía que no hacía caso de
sus ruegos, precisamente para ofrecernos un ejemplo de la paciencia de su Santa
Madre. Mas ¿qué necesidad hay de citar casos cuando toda la vida de María fue
un continuo ejercicio de paciencia, cuando la Bienaventurada Virgen vivió
siempre entre penas, como el Ángel lo reveló a Santa Brígida? Solamente el
dolor que sintió por los tormentos del Redentor bastó para hacerla mártir de
paciencia; por lo que dijo San
Buenaventura: “Crucificada concibió al Crucificado” Cuánto padeciese en el
viaje y permanencia en Egipto, así como durante todo el tiempo que vivió con su
Hijo en la tierra de Nazaret, ya lo hemos considerado antes al hablar de sus
dolores. Solamente la presencia de María junto a su Hijo moribundo en el Calvario es suficiente para probar cuán
constante y sublime fue su paciencia. Entonces fue cuando por el mérito de su
paciencia, como dice el beato Alberto Magno, se hizo nuestra Madre y nos parió en la vida de la
gracia.
Si deseamos, pues, ser hijos
de María, debemos procurar imitar su paciencia. “¿Qué modo mejor -dice San Cipriano-, para enriquecernos de
méritos en esta vida y de gloria en la otra, que el sufrir con paciencia las
penas? Dios dijo por boca de Oseas: “Yo cerraré tu camino con espinas”, a lo
que San Gregorio añade: “Las sendas de los escogidos están circuidas de
espinos. Así como se circuye la viña de espinos para conservarla, así Dios rodea
de tribulaciones a sus siervos para que no tengan apego a las cosas de la
tierra” Por eso concluye San Cipriano que la paciencia nos libra del pecado y
del infierno, y es la que hace los Santos, llevando con paz las cruces que nos
vienen directamente de Dios, esto es, las enfermedades, la pobreza, et cétera,
lo mismo que las que nos vienen de los hombres, como persecuciones, injurias,
et cétera. San Juan vio a todos los Santos con palmas en las manos (señal del
martirio); lo que significa que todos los adultos que se salvan han de ser
mártires o de sangre o de paciencia. A la vista de esto exclama lleno de gozo
San Gregorio: “Si conservamos la paciencia, podemos ser también mártires sin
hierro” Si sufrimos las penas de esta vida, como dice San Bernardo, con
paciencia, con gusto y con alegría, ¡ah!, ¡cómo fructificará en el cielo cada
pena sufrida por Dios! Por esto, el Apóstol nos anima a que suframos las breves
aflicciones de esta vida; y Santa Teresa nos hace estas hermosas advertencias: “El
que abraza la Cruz no la siente. Cuando alguno se decide a sufrir, la pena se
acaba” Cuando nos sintamos, pues, oprimidos bajo el peso de las cruces,
acudamos a María, a la cual la Iglesia llama: “Consuelo de afligidos”; y San
Juan Damasceno:
“Medicamento para todos los dolores de los corazones” ¡Ah Señora mía dulcísima, Vos inocente padecisteis con tanta paciencia, y yo reo del infierno rehusaré padecer! Madre mía, no os pido hoy la gracia de que me libréis de las cruces, sino la de llevarlas con paciencia. Por el amor de Jesús os ruego que me alcancéis esta gracia que espero de Vos.
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