miércoles, 18 de mayo de 2016

MES DE MAYO, MES DE MARÍA

Esto significa que María entra en íntimo diálogo con la Palabra de Dios que se le ha anunciado; no la considera superficialmente, sino que se detiene, la deja penetrar en su mente y en su Corazón para comprender lo que el Señor quiere de Ella, el sentido del anuncio

Podemos preguntarnos: ¿cómo pudo María vivir este camino junto a su Hijo con una fe tan firme, incluso en la oscuridad, sin perder la plena confianza en la acción de Dios? Hay una actitud de fondo que María asume ante lo que sucede en su vida. En la Anunciación Ella queda turbada al escuchar las palabras del ángel –es el temor que el hombre experimenta cuando lo toca la cercanía de Dios-, pero no es la actitud de quien tiene miedo ante lo que Dios puede pedir. María reflexiona, se interroga sobre el significado de ese saludo (cf. Lc. 1, 29). La palabra griega usada en el Evangelio para definir “reflexionar”, “dielogizeto”, remite a la raíz de la palabra “diálogo”. Esto significa que María entra en íntimo diálogo con la Palabra de Dios que se le ha anunciado; no la considera superficialmente, sino que se detiene, la deja penetrar en su mente y en su Corazón para comprender lo que el Señor quiere de Ella, el sentido del anuncio. Otro signo de la actitud interior de María ante la acción de Dios lo encontramos, también en el Evangelio de San Lucas, en el momento del nacimiento de Jesús, después de la adoración de los pastores. Se afirma que María “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc. 2, 19); en griego el termino es symballon. Podríamos decir que Ella “mantenía unidos”, “reunía” en su Corazón todos los acontecimientos que le estaban sucediendo; situaba cada elemento, cada palabra, cada hecho, dentro del todo y lo confrontaba, lo conservaba, reconociendo que todo proviene de la voluntad de Dios. María no se detiene en una primera comprensión superficial de lo que acontece en su vida, sino que sabe mirar en profundidad, se deja interpelar por los acontecimientos, los elabora, los discierne, y adquiere aquella comprensión que sólo la fe puede garantizar. Es la humildad profunda de la fe obediente de María, que acoge en sí también aquello que no comprende del obrar de Dios, dejando que sea Dios quien le abra la mente y el corazón. “Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc. 1, 45), exclama su parienta Isabel. Es precisamente por su fe que todas las generaciones la llamarán Bienaventurada.

De la audiencia general de SS Benedicto XVI,
el día 19 de diciembre de 2012

Propuesta de una flor a la Virgen: Entrega una limosna para las necesidades de la Iglesia.


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