martes, 29 de marzo de 2016

MARÍA Y LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

Nuestra Señora de la Alegría, Granada
Aparición de Jesús a su Madre. –No es de fe, ni consta en el Evangelio, pero es cierto. La naturaleza y la gracia, exigen este encuentro entre Madre e Hijo. No podemos dudar de que la Virgen lo esperara, con una fe viva e inquebrantable. Los Apóstoles llegaron a dudar de la Resurrección. María esperaba con certeza infalible, el cumplimiento de las palabras de su Hijo. Por eso, Ella no fue al sepulcro, sabía que era inútil y que allí ya no estaba Jesús.

Piensa ahora en esta santa paciencia, que en especial al comenzar el día tercero, invadiría el Corazón de la Virgen. Los minutos se le harían eternidades, le daba el corazón de madre que su Hijo ya se aproximaba y el corazón de una madre nunca se equivoca en cosas de sus hijos. Recuerda a la madre de Tobías, saliendo a diario al camino, para ver si regresaba su hijo.

Es necesario conocer el corazón de una madre y, sobre todo, el de aquella Madre, para hacerse cargo de su deseo e impaciencia por ver al Hijo Resucitado. ¿No será dulce pensar que también ahora, con sus deseos vehementes, con sus fervientes súplicas, hizo que se acelerara la hora de la Resurrección, como lo había hecho en la Encarnación y en las bodas de Caná al adelantar el momento de la manifestación pública de Jesús?

En fin, llegó el instante dichoso que no es posible imaginar. Contempla a la Virgen aún en su soledad, sumida en el océano de las tristezas, ya no tiene lágrimas que dar. Y de repente, una explosión de luz Divina, un Cuerpo Glorioso con Vestiduras mas blancas que la nieve y, sobre todo, una voz dulcísima, muy conocida, que llama y repite mil veces: ¡MADRE! ¿Qué lengua podrá explicar estas efusiones de Hijo y de Madre en aquellos instantes?

Deja a tu corazón sentirlas y  que pierda y se abisme en este mar de dicha, de felicidad, de gloria verdadera. ¡Qué bueno es Jesús para los que le aman! Un poco de padecer y sufrir con Él y luego cuánto goce y satisfacción sin fin. Compara con estos goces y alegrías, las que el mundo ofrece y verás si merecen siquiera este nombre,  las mentiras que él nos da.

También aplica ahora, la regla del amor y del dolor; cual  es el amor, es el dolor, y cuál es el dolor, así es la alegría después. ¿Cómo sería la alegría de la Virgen si así amaba a su Hijo? Si así sufrió en su muerte, ¿qué sería verle ahora glorioso, triunfante, resucitado, para nunca más morir? Ahora de nuevo iría Ella recorriendo las heridas de su Cuerpo y las adoraría con la felicidad que le produciría verlas tan gloriosas. Recórrelas también tú con Ella y una vez más detente en aquel Costado, en aquel Corazón. ¡Qué horno!, ¡qué volcán de fuego! Entra muy adentro y allí abrásate, consúmete en santo amor a Dios.




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