martes, 2 de febrero de 2016

LA PURIFICACIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA


Jesús es Presentado en el Templo por su Madre; hoy, pues, contemplamos a María en su oficio de Corredentora. La Virgen sabía que Jesús era el Salvador del mundo, había intuido a través del velo de las profecías que su misión habría de cumplirse en un misterio de dolor, del cual Ella, como Madre, tenía que participar; Simeón se lo confirma profetizándoselo: “Y a Ti misma una espada te atravesará el alma” (Lc. 2, 35) Entonces María, en el fondo de su corazón, debió de repetir se fiat; “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc. 1, 38) Ofreciendo al Hijo, se ofrece a sí misma, unida siempre íntimamente a la suerte de Aquel.

Pero antes en el Templo para presentar a Jesús. María quiere sujetarse a la ley de la purificación legal. Aunque plenamente consciente de su virginidad, se coloca a la par de las demás madres hebreas y, confundida en medio de ellas, espera humildemente su turno, llevando consigo “un par de tórtolas”, que era el tributo de los pobres. De esta manera vemos a Jesús y a María sometidos voluntariamente a leyes que en nada les obligan: Jesús no tenía que ser rescatado, ni María tenía que ser purificada. ¡Qué lección de humildad y de respeto a la ley de Dios!

Existen leyes que no nos obligan, contra las cuales nuestro amor propio, para librarnos de ellas, finge falsos pretextos; son dispensas abusivas reclamadas en nombre de unos derechos que en realidad no existen. Humillémonos, pues, y reconozcamos que, mientras María no tenía necesidad alguna de purificarse, nosotros tenemos absoluta necesidad de la purificación interior. 


La fiesta de hoy, que cierra el ciclo litúrgico natalicio, es al mismo tiempo fiesta de Jesús y de María; de Jesús, que, al cumplir los cuarenta días de su nacimiento, es presentado en el Templo por su Santísima Madre, según lo prescribía la ley; de María, que se somete al rito de la purificación


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