martes, 8 de diciembre de 2015

INMACULADA - 2015

Bendita sea la Santa e Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios
"¿Quién más noble que la Madre de Dios? ¿Quién más esplendorosa que aquella a quien ha elegido por madre el que es el Esplendor Eterno? ¿Quién mas casta que la madre que ha traído a su Hijo al mundo permaneciendo Virgen? 

Ella era Virgen pura no sólo en el cuerpo, sino también en el espíritu. A ella nunca ningún pecado consiguió manchar su pureza; era humilde de corazón; reflexiva en sus resoluciones; prudente; discreta en palabras; ávida de leer y de oír la Palabra de Dios; no ponía su esperanza en las riquezas sino en la Oración y en los favores que Dios concede a quienes ayudan a los pobres; aplicada al trabajo; tomaba por juez de su alma no lo que opinaban los demás, sino lo que opinaba Dios; no trató nunca mal a nadie; era amable con todos; llena de respeto por los ancianos, sin envidia con los de su edad; modesta, razonable, amaba la virtud.
Jamás ofendió a sus padres ni siquiera en su actitud. Nadie la veía en desacuerdo con sus parientes. No rechazaba al humilde, ni se burlaba del débil, ni evitaba al miserable. Solamente asistía a aquellas reuniones a las que le aconsejaba asistir la caridad, y en las cuales no tuviera ningún peligro su modestia y castidad.

Jamás nadie vio dureza en su mirada, ni una falta de medida en sus palabras, ni una imprudencia en sus actos. No demostraba contrariedad en sus gestos ni insolencia en su voz; su actitud exterior era la imagen de la santidad de su alma: El rostro descubre lo que se lleva en el alma. El rostro de la Virgen era el retrato de su alma santísima"

San Ambrosio de Milán


OREMOS

¡Oh Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre mía!, desde vuestra sublime alteza dirigid vuestros ojos compasivos hacia mí, pues, lleno de confianza en vuestra bondad y conocedor de vuestro poder, os ruego que me socorráis en el camino de la vida, tan lleno de peligros para mi alma. Y, a fin de que jamás sea esclavo del demonio por el pecado, sino que viva siempre con corazón humilde y puro, me confío todo a Vos y os consagro para siempre mi corazón, deseoso solamente de amar a vuestro Divino Hijo Jesús. María, ningún devoto vuestro se ha perdido jamás; que yo, pues me salve también. Así sea





Indulgencia de quinientos días. (S. Pen. Ap., 17 mayo 1919 y 29 abr. 1935)

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