martes, 25 de marzo de 2014

IN ANNUNTIATIONE BEATAE MARIAE

A tu lado, ¡oh María!, quiero aprender a decir en todo momento tu “Ecce ancilla Dómini”
Para ejecutar el Altísimo este misterio entró el Santo Arcángel Gabriel en el aposento donde estaba orando María Santísima, acompañado de innumerables Ángeles en forma humana visible, y respectivamente todos refulgentes con incomparable hermosura. Era jueves a las siete de la tarde, al obscurecer la noche.

Viole la Divina Princesa, y miróle con suma modestia y templanza, no más de lo que bastaba para reconocerle por Ángel del Señor.

Saludó el Santo Arcángel a nuestra Reina y suya, y le dijo: “Ave, gratia plena, Dominus tecum, benedicta tu in mulieribus”. Turbóse sin alteración la más humilde de las criaturas oyendo esta nueva salutación del Ángel. Y la turbación tuvo en ella dos causas: la una, su profunda humildad con que se reputaba por inferior a todos los mortales, y oyendo, al mismo tiempo que juzgaba de sí tan bajamente, saludarla y llamarla bendita entre todas las mujeres, le causó novedad. La segunda causa fue que al mismo tiempo, cuando oyó la salutación y la confería en su pecho como la iba oyendo, tuvo inteligencia del Señor que la elegía para Madre suya, y esto la turbó mucho más, por el concepto que de si tenía formado. Y por esta turbación prosiguió el Ángel declarándole el orden del Señor y diciéndola: “No temas, María, porque hallaste gracia en el Señor: advierte que concebirás un hijo en tu vientre, y le parirás, y le pondrás por nombre Jesús; será grande, y será llamado Hijo del Altísimo”.

Sola nuestra humilde Reina pudo dar la ponderación y magnificencia debida a tan nuevo y singular sacramento: y como conoció su grandeza, dignamente se admiró y turbó. Pero convirtió su corazón al Señor, que no podía negarle sus peticiones, y en su secreto le pidió nueva luz y asistencia para gobernarse en tan arduo negocio; porque la dejó el Altísimo para obrar este misterio en el, estado común de la fe, esperanza y caridad, suspendiendo otros géneros de favores y elevaciones interiores que frecuente o continuamente recibía. En esta disposición replicó y dijo a San Gabriel lo que refiere San Lucas: “¿Cómo ha de ser esto de concebir y parir hijo, porque ni conozco varón ni lo puedo conocer?”. Al mismo tiempo representaba en su interior al Señor el voto de castidad que había hecho, y el desposorio que Su Majestad habla celebrado, con ella. Respondióla el Santo Príncipe Gabriel: Señora, sin conocer varón, es fácil al poder divino haceros madre.

Consideró y penetró profundamente esta gran Señora el campo tan espacioso de la dignidad de Madre de Dios para comprarle con un “fiat”, vistióse de fortaleza más que humana, y gustó y vio cuán buena era la negociación y comercio de la Divinidad. Entendió las sendas de sus ocultos beneficios, adornóse de fortaleza y hermosura. Y habiendo conferido  consigo misma y  con el  paraninfo celestial Gabriel la grandeza de tan altos y divinos sacramentos; estando muy capaz de la embajada que recibía, fue su purísimo espíritu absorto y elevado en admiración, reverencia y sumo intensísimo amor del mismo Dios: y con la fuerza de estos movimientos y afectos soberanos, como con efecto connatural de ellos, fue su casto corazón casi prensado y comprimido con una fuerza que le hizo destilar tres gotas de su purísima sangre, y puestas en el natural lugar para la concepción del cuerpo de Cristo Señor nuestro, fue formado de ellas por la virtud del Divino y Santo Espíritu; de suerte que la materia de que se fabricó la humanidad del Verbo para nuestra redención, la dio y administró el corazón de María a fuerza de amor, real y verdaderamente. Y al mismo tiempo, con humildad nunca; harto encarecida, inclinando un poco la cabeza y juntas las manos, pronunció aquellas palabras que fueron el principio de nuestra reparación: “Ecce ancilla Domini, fiati mihi secundum verbum tuum”.

Sor María de Jesús de Ágreda


ORACIÓN

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. No solamente está contigo el Dios Hijo, a quien das tu sangre, sino también el Dios Espíritu Santo, en cuya virtud Tú concibes, y Dios Padre, que desde la eternidad engendró a quien Tú concibes. Está contigo el Padre, que hace tuyo a su Hijo; está contigo el Hijo, que queriendo realizar un prodigio misterioso, se esconde en tu seno materno, sin violar tu integridad virginal; está contigo el Espíritu Santo, que juntamente con el Padre y con el Hijo te santifica. Dios está verdaderamente contigo” (San Bernardo)

¡Oh María, templo de la Trinidad! ¡Oh María, vaso de humildad! Tú agradaste tanto al Padre Eterno, que Él te arrebató y te atrajo hacia sí amándote con un amor singular. Con la luz y el fuego de tu Caridad y con el aceite de tu humildad hiciste que la Divinidad viniese a Ti. (Santa Catalina de Sena)






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