jueves, 21 de noviembre de 2013

MARÍA EN EL TEMPLO

Dulce Madre nuestra, ayúdanos a saber, como Tú, ofrecernos enteramente a Dios, con todo lo que somos y poseemos y sin reservas ningunas
La niñita María será pronto llevada al templo de Jerusalén.Vi hace algunos días a Ana en un aposento de la casa de Nazaret, teniendo delante de ella a María, ya de tres años de edad y enseñándola a rezar, porque luego vendrían los sacerdotes a examinarla para su admisión  en el colegio del Santuario. Ese día había fiesta en la casa de Santa Ana; como una preparación. Se hallaban allí extranjeros, parientes, hombres, mujeres y niños; también se hallaban presentes tres sacerdotes, uno de Séforis, otro de Nazaret y el tercero de un lugar cercano. Estos sacerdotes habían venido a examinar si la niñita María se hallaba en estado de ir al templo.

Después los vi ponerse en marcha al amanecer. La niñita María deseaba con ardor llegar al templo; salió de la casa con toda ligereza y fue a colocarse junto a las bestias de carga; después de algunos días de viaje llegaron a Jerusalén.

Bien temprano Joaquín se dirigió al templo con los otros hombres, más tarde María fue llevada allí también por su madre con un acompañamiento solemne. Ana y María de Helí con su hija María de Cleofás iban adelante. Las seguía la santa niña  con su saya y capa azul celeste con brazos y cuello adornados de guirnaldas, llevando en la mano una antorcha engalanada de flores. A cada lado de María  marchaban tres niñas con iguales antorchas y vestidos blancos bordados de oro. Como María, también ellas llevaban capas de color azul claro, guirnaldas de flores y pequeñas coronas alrededor del cuello y de los brazos. Enseguida iban las otras vírgenes y niñitas, todas vestidas de gala pero sin uniformidad; cerraban la marcha las demás mujeres.

Cuando llegó el grupo descrito antes, vi a varios servidores del templo ocupados en abrir con grandes esfuerzos una puerta muy grande y muy pesada, brillante como el oro y sobre la cual estaban esculpidas algunas cabezas, racimos de uvas y manojos de espigas: Era la puerta Dorada. El séquito pasó por esa puerta y para llegar a ella, tuvieron que subir por cincuenta gradas; no sé si entre ellas había algunos intervalos de piso plano. Quisieron conducir de la mano a María pero, ella lo rehusó y llena de júbilo y entusiasmo, subió las gradas rápidamente y  sin  tropezar. Todos  se  hallaban  vivamente impresionados. Después  del sacrificio, arreglaron un altar portátil cubierto o sea, una mesa de sacrificio con gradas. Zacarías y Joaquín con otro sacerdote, vinieron del patio de los presbíteros a éste altar, ante el cual estaban un sacerdote y dos levitas con rollos de papel y todo aparejo para escribir. Un poco a la espalda de María, se hallaban las niñas que la acompañaban; ella se arrodilló sobre las gradas, Joaquín y Ana extendieron las manos sobre la cabeza de su hija, el sacerdote le cortó algunos cabellos que fueron quemados en un bracero. Los padres pronunciaron ciertas palabras por las cuales ofrecían a su hija, palabras que los dos levitas escribieron. Entretanto las niñas cantaban el salmo 44 y los sacerdotes el salmo 49 y los niños acompañaban con sus instrumentos. Entonces dos sacerdotes tomaron a María de la mano y subiendo por muchas gradas, la pusieron en un sitio elevado del muro que lo separaba del vestíbulo del santuario. Colocaron a la niña en una especie de nicho situado en la mitad de este muro de modo que ella podía ver en el templo donde se hallaban en el orden muchos hombres que me parecieron consagrados a éste santo edificio. Dos sacerdotes estaban a los lados de la niña y sobre las gradas había otros dos que recitaban en voz alta las oraciones prescritas en los rollos. Por otro lado del muro, un anciano príncipe de los sacerdotes estaba de pie junto a un altar, en un sitio tan elevado que apenas podía vérsele la mitad del cuerpo. Lo vi ofrecer el incienso cuyo humo se esparció alrededor de María. Los presbíteros tomaron las coronas con que la niña rodeaba sus brazos y la antorcha que llevaba en la mano y se las dieron a sus compañeras. Le colocaron sobre la cabeza una especie de velo moreno y haciéndola bajar por unas gradas, la condujeron a una sala vecina donde otras seis vírgenes del templo mayores que ella vinieron a recibirla esparciéndole flores a su paso. Seguíanla sus maestras, Noemí hermana de la madre de Lázaro, la profetiza Ana y otras más. Los sacerdotes recibieron entre sus manos a la niña y después de esto, se retiraron. Se hallaban también allí el padre y la madre de la niña y sus más próximos parientes. Acabándose los cánticos sagrados, la niña se despidió de su familia. Joaquín sobretodo se hallaba sumamente conmovido; tomó a María en sus brazos, la estrechó contra su corazón y le dijo bañado en lágrimas: “Acuérdate de mi alma delante de Dios”. Entonces María con la maestra y muchas niñas se dirigió a la habitación de las mujeres en la parte septentrional del templo. Ellas ocupaban piezas que habían sido construidas en sus gruesos muros. Podían ellas por medio de pasajes y  escaleras, subir a pequeños oratorios colocados cerca del santuario del Santo de los Santos. Vi a la santa Virgen en el venerado edificio, ya en el colegio con las demás niñas, ya en su aposento, progresando siempre en el estudio, en la oración y en el trabajo. Hilaba, tejía, hacía encajes para el servicio del templo, lavaba los paños y limpiaba los vasos. Muchas veces la vi  rezar  y aparte de las oraciones prescritas por las reglas del colegio, la vida de María era un anhelo incesante de la Redención y una continua oración interior; pero hacía todo eso de un modo pacífico y secreto. Cuando todos dormían, ella se levantaba de la cama e invocaba a Dios. Muchas veces la vi bañada en lágrimas e inundada de la Luz durante la oración, oraba con velo. Se ocultaba de igual modo con el velo cuando hablaba a los sacerdotes o cuando bajaba a una sala contigua al templo para recibir el trabajo que debía ejecutar o bien, entregar el ya hecho. Vi a la santa Virgen frecuentemente en el templo arrebatada en éxtasis en oración; parecía que su alma no se hallaba en la tierra y a menudo recibía consuelos celestiales. Ardientemente suspiraba por el cumplimiento de la promesa y en su humildad apenas se atrevía a formar el deseo de ser la última criada de la Madre del Redentor. La maestra que cuidaba de María, de llamaba Noemí hermana de la madre de Lázaro y tenía cincuenta años. De ésta, aprendía María a trabajar y con ella andaba cuando limpiaba los vasos y paños manchados con la sangre de los sacrificios o cuando dividía o preparaba ciertas porciones de la carne de las víctimas reservadas para los sacerdotes y mujeres del templo. Difícil era que los sacerdotes desconocieran del todo los destinos que la Providencia le había asignado a María. Su conducta, la gracia que la adornaba y su discreción extraordinaria eran tan notables desde su infancia, que ni su extremada humildad bastaba para ocultarlas enteramente.


Beata Ana Catalina Emmerick 

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