domingo, 8 de septiembre de 2013

NATIVITATE B. MARIAE VIRG.

"Tu natividad, ¡oh Virgen Madre de Dios!, anunció la alegría al mundo entero; porque de ti salió el Sol de justicia, Cristo nuestro Dios"
Días antes de su parto, Ana había anunciado a su esposo Joaquín que este suceso se aproximaba. Envió ella mensajeros a Séforis donde vivía su hermana Maraha, al valle de Zabulón a casa de María Enué, hermana de Isabel y a Betsaida a la casa de su sobrina María Salomé para invitarlas a que viniesen a su casa. Vi a Joaquín la víspera del parto de Ana, enviar numerosos servidores a los parajes en que pacían sus ganados. Entre las nuevas criadas de Ana, no dejó en casa sino las indispensables para el servicio; él mismo fue al campo más inmediato.

Joaquín oró por largo tiempo, escogió los más hermosos corderos, cabritos y bueyes y los envió al templo como sacrificio de acción de gracias. No volvió a casa sino hasta la noche.

Las tres parientas de Ana llegaron al anochecer a la casa de Joaquín. La visitaron en el cuarto que seguía a la sala principal y la abrazaron.  Ana después de anunciarles la proximidad de su parto, estando de pié entonó con ellas un cántico en éstos o semejantes términos: “Alabad al Señor Dios; El ha tenido piedad de su pueblo, ha cumplido la promesa que hizo a Adán en el Paraíso, cuando le dijo que la descendencia de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente”

Después de ésta oración de bienvenida, se sirvió a las mujeres una pequeña cena de pan, frutas y agua mezclada con bálsamo.  Ellas comieron y bebieron de pié y después se fueron a dormir para descansar del viaje y Ana se quedó de pié y oraba.  A medianoche despertó a sus parientas para que orasen con ella; la siguieron y se colocaron detrás de una cortina en el sitio del lecho.

Abrió Ana las puertas de un pequeño nicho cavado en el muro y que encerraba reliquias en una caja. En ambos lados encendieron luces pero ignoro si eran lámparas. Un escabel rellenado estaba al pié de esa especie de altarcillo. En el relicario había cabellos de Sara, por quien Ana conservaba gran veneración, huesos de José que Moisés trajo de Egipto, cierta cosa de Tobías, quizá algún pedazo de vestido y el vasito brillante en forma de pera en el cual bebió Abraham cuando lo bendijo el ángel y que Joaquín había recibido con la bendición. Ahora sé que ésta bendición era de pan y vino y como un nutrimento o comida sacramental.

Ana se arrodilló delante del nicho, dos de las mujeres estaban a sus costados y la tercera a sus espaldas; Ana dijo entonces un cántico y creo que era sobre la zarza de Moisés.  En ese instante una luz sobrenatural llenó el cuarto y se movía y condensaba en derredor de Ana.  Las mujeres cayeron de cara como desvanecidas; la luz tomó en torno de Ana la forma de la zarza de Moisés en el Horeb, de suerte que no vi más a la esposa de Joaquín.  La llama radiaba hacia el interior y de repente, vi que Ana recibiese en sus brazos a la niña María toda resplandeciente; la envolvió en su capa, la estrechó contra su seno y enseguida la puso sobre el escabel ante el relicario y continuó en oración.  Entonces oí llorar a la niñita y vi que Ana sacaba pañales debajo del gran velo que la cubría.   Envolvió a la criatura hasta bajo sus brazos, dejando descubierto pecho, cabeza y brazos, la aparición de la zarza ardiendo se había disipado.

Las mujeres se levantaron y quedaron sorprendidas, verdaderamente emocionadas y tomaron a la recién nacida en sus brazos; ellas lloraban de puro contento. Todas entonaron un nuevo cántico en acción de gracias y Ana suspendió en el aire a la niña como para ofrecerla a Dios.

En ese instante vi de nuevo llenarse de luz el aposento y oí a muchos ángeles que cantaban “Gloria” y “Aleluya”. Entendí todo lo que decían: Anunciaban que a los 20 días, la niña recibiría el nombre de María.

Ana entró a su pieza para acostarse y se puso en la cama.  Las mujeres desnudaron a la niña, la bañaron y la envolvieron de nuevo.  Después de esto, la llevaron a su madre, cuya cama estaba dispuesta de manera que se podía poner en ella un canasto descubierto en donde la niña tenía un lugar aparte al lado de su madre.

Las mujeres llamaron entonces a su padre Joaquín, vino cerca del lecho de Ana, se arrodilló y derramó abundantes lágrimas sobre la niña; luego la levantó en sus brazos y entonó un cántico de alabanzas como Zacarías en el nacimiento de Juan.

En ese salmo habló del santo germen que, puesto por Dios en Abraham, se perpetuó en el pueblo de Dios con la alianza sellada por la circuncisión y que en ésta niña llegaba en su última florescencia. Oí además en éste cántico que la palabra del profeta Isaías: “Una vara saldrá de la raíz de Jessé”, estaba ahora cumplida.  Dijo también con mucho fervor y humildad que ahora moriría él de buena gana.

Beata Ana Catalina Emmerich

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