¡Oh Corazón amabilísimo, objeto de las complacencias de la adorable Trinidad! |
¡Oh Corazón de María!, el más amable y compasivo de los
corazones, después del de Jesús, Trono de misericordias divinas a favor de los
miserables pecadores; yo, reconociéndome sumamente necesitado, acudo a Vos a
quien el Señor ha puesto todo el tesoro de sus bondades con plenísima seguridad
de ser por Vos socorrido. Vos sois mi refugio, mi amparo, mi esperanza; por
esto os digo y os diré en todos mis apuros y peligros: ¡Oh Dulce Corazón de María,
sed la salvación mía!
Cuando la enfermedad me aflija, o me prima la tristeza, o la
espina de la tribulación llegue a mi alma: ¡Oh Dulce Corazón de María, sed la
salvación mía!
Cuando el mundo, el demonio y mis propias pasiones
coaligadas para mi eterna perdición me persigan con sus tentaciones y quieran
hacerme perder el tesoro de la divina gracia: ¡Oh Dulce Corazón de María, sed
la salvación mía!
En la hora de mi muerte, en aquel momento espantoso de que
depende mi eternidad, cuando se aumenten las angustias de mi alma y lo ataques
de mis enemigos: ¡Oh Dulce Corazón de María, sed la salvación mía!
Y cuando mi alma pecadora se presente ante el tribunal de
Jesucristo para rendirle cuenta de toda su vida, venid Vos a defenderla y a
ampararla, y entonces, ahora y siempre: ¡Oh Dulce Corazón de María, sed la
salvación mía!
Estas gracias espero alcanzar de Vos, ¡Oh Corazón amantísimo
de mi Madre!, a fin de que pueda veros y gozar de Dios en Vuestra compañía por
toda la eternidad en el cielo. Así sea.
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