"¡Ave María llena de gracia!, Clementísima Señora
mía, Santa María, acepta este tan devoto saludo y, con él, acéptame también a
mí |
Es tan grande la dulzura de este bendito saludo, que no
admite explicación con palabras humanas. Resulta en efecto siempre más elevado
y profundo de lo que pueda comprender toda criatura. Por eso doblo una vez más
las rodillas delante de ti, Santísima Virgen María, y digo:
"¡Ave María
llena de gracia!, Clementísima Señora mía, Santa María, acepta este tan devoto
saludo y, con él, acéptame también a mí, para que pueda yo tener algo que sea
de tu agrado, que fortalezca mi confianza en ti, que encienda en mí un amor
cada vez más grande y me conserve por siempre devoto a tu santo nombre”
Quiera el cielo que, para satisfacer mi deseo de honrarte y
de saludarte eternamente desde lo profundo del corazón, todos mis miembros se
transformen en lenguas y las lenguas en voces de fuego. Madre de Dios, quisiera
poder dirigirte este saludo como pura y santa ofrenda de oración, en expiación
de todas mis culpas, por las cuales he merecido la ira divina, he entristecido
gravemente a tu Hijo, he deshonrado y ofendido muy a menudo a ti ya toda la
corte celestial.
Dado que mi vida es frágil y caduca a causa de todos mis
excesos, de todas mis negligencias, de todos los pensamientos vanos, inmundos y
perversos, quiera el cielo que todos los espíritus bienaventurados y las almas
de los justos, con purísima devoción y muy ardiente plegaria, te dirijan, ¡Oh
Beatísima Virgen María!, y repitan cien veces en tu honor el altísimo saludo
con que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo fueron los primeros en querer
saludarte por medio del ángel. De alguna manera, hallaría así un digno incienso
de suave fragancia, ya que en mí nada hay de bueno ni nada que merezca
recompensa.
Pero ahora me postro ante ti, impulsado por sincera
devoción; y totalmente encendido en veneración hacia tu suave nombre, te repito
el gozo de aquel saludo nuevo, jamás oído hasta entonces, cuando el arcángel
Gabriel, enviado por Dios, entró en la intimidad de tu morada y, doblando
reverente las rodillas, te rindió honor al decirte:
"¡Ave, llena de
gracia, el Señor es contigo!".
Yo deseo, en consonancia con la preciosa costumbre de los
fieles y, en todo lo posible, con labios puros, dirigirte este saludo, como
también deseo, desde lo profundo del corazón, que te lo dirijan del mismo modo
todas las criaturas:
"Ave, María,
llena de gracia. El Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y
bendito es, el fruto de tu vientre, Jesucristo. Amén"
Este es el saludo angélico, compuesto por inspiración del
Espíritu Santo, del todo adecuado a tu dignidad ya tu santidad. Es una oración
pobre en palabras, pero rica en misterios. Breve como discurso, pero profunda
como contenido; más dulce que la miel y más preciosa que el oro, digna de
repetirse con mucha frecuencia de todo corazón, devotamente y con labios puros,
porque, aunque sea el resultado de muy pocas palabras, se esparce en un
vastísimo torrente de celestial suavidad.
Pero ay de aquellos que se aburren, que la rezan sin
devoción, que no reflexionan sobre sus palabras más valiosas que el oro, que no
saborean sus copas de miel, que tantas veces recitan el Avemaría sin atención
ni respeto. ¡Oh dulcísima Virgen María!, presérvame de una tan grave
negligencia y falta de atención, perdona mi pasado desempeño. Seré más devoto,
más fervoroso y más atento al recitar el Avemaría, cualquiera sea el lugar en
que pudiera hallarme.
Ahora, después de estas consideraciones, ¿qué te pediré, mi
muy querida Señora? Para mí, indigno pecador, ¿hay algo mejor, más útil, más
necesario que hallar gracia delante de ti y de tu amadísimo Hijo? Por lo tanto,
pido la gracia de Dios por tu intercesión, ya que, como afirma el ángel, tú has
encontrado la plenitud de la gracia ante Dios.
Nada de lo que pida es más precioso que la gracia, ni tengo
necesidad de ninguna otra cosa fuera de ella y de la misericordia de Dios. Me
basta su gracia y no necesito nada más: sin la gracia, en efecto, ¿qué
resultado tendría cualquier esfuerzo mío? En cambio, ¿qué puede ser para mí
imposible, si me asiste y me ayuda la gracia? Tengo muchos y diversos defectos
espirituales, pero la gracia de Dios es una medicina eficaz contra todas las
pasiones y si él se dignara socorrerme, las atenuará a todas.
Adolezco asimismo de pobreza en sabiduría y en ciencia
espiritual, pero la gracia de Dios es suprema maestra y dispensadora de la
disciplina celestial. Por consiguiente, ella me basta para instruirme en todos
los asuntos necesarios, y me disuade de buscar cualquier cosa fuera de lo
imprescindible, y de querer conocer temas más allá de lo lícito. Pero amonesta
y enseña a humillarse ya contentarse solamente con ella.
Por lo mismo, ¡Oh clemente Virgen María!, consígueme con tus
ruegos está gracia, que es tan noble y preciosa: que yo no desee ni pida nada
más que la gracia por la gracia.
"Imitación de María", del
Beato Tomás de Kempis
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