Os saludo, pues ¡oh María Inmaculada! tabernáculo viviente de la Divinidad
Cuando María ha echado raíces en un alma, realiza allí las maravillas
de la gracia que sólo Ella puede realizar, porque sólo Ella es la Virgen fecunda, que no tuvo
ni tendrá, jamás semejante en pureza y fecundidad.
María ha colaborado con el Espíritu Santo en la obra de los siglos,
es decir, la encarnación del Verbo de Dios. En consecuencia, Ella realizará
también los mayores portentos de los últimos tiempos: la formación y educación
de los grandes santos, que vivirán hacia el final de los tiempos, están
reservados a Ella, porque sólo esta Virgen singular y milagrosa puede realizar,
en unión del Espíritu Santo, las cosas excelentes y extraordinarias.
Cuando el Espíritu Santo, su Esposo, la encuentra en un
alma, vuela y entra en esa alma en plenitud, y se le comunica tanto más
abundantemente cuanto más sitio hace el alma a su Esposa. Una de las razones de
que el Espíritu Santo no realice ahora maravillas portentosas en las almas es
que no encuentra en ellas una unión suficientemente estrecha con su fiel e
indisoluble Esposa.
Digo “fiel e indisoluble Esposa” porque desde que este Amor
sustancial del Padre y del Hijo se desposó con María para producir a Jesucristo,
Cabeza de los elegidos, y a Jesucristo en los elegidos, jamás la ha repudiado, porque Ella
se ha mantenido siempre fiel y fecunda.
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