RESPETAN LOS DEMONIOS UN CUERPO MUERTO PORQUE
TENÍA EL ESCAPULARIO
El Rvdo. P. Mtro. Fr. Pablo de la Cruz nos dice: “Había en
cierta ciudad de Italia una doncella, recatadísima en extremo, hasta el punto
de que abstraída y ajena por completo a aquellas lícitas diversiones propias de
sus años juveniles, sólo era dada y estaba de lleno entregada a piadosos y
santos ejercicios, tanto que podía servir de edificación y ejemplo a la
religiosa más austera y penitente. Llena estaba toda la ciudad de la gloriosa
fama de su virtud y edificantes obras este fue el origen de su perdición, pues
el aire de la vanidad empezó poco a poco a marchitar el candor de sus virtudes,
amortiguando el fervor de su caridad. Ya que el demonio la encontró tibia en la
devoción, valiese de un apuesto y arrogante mancebo algo pariente suyo, que,
sin la menor nota de escándalo, la empezó a cortejar y visitar con harta
frecuencia, sin que pasaran de ahí.
“No se recató al principio de estas demostraciones cariñosas que permite hasta ciertos límites honestos el próximo parentesco, y en breve se despeñó en horrendo precipicio, perdiendo en un punto su virginal pureza. ¡Oh el daño que suele acarrear un leve descuido en los principios, aun de las amistades santas!
“Apagose a poco tiempo en su corazón el inmundo fuego del deleite, quedando en su corazón tan solo las frías cenizas de la culpa; pero mirábalas con tal horror, que su triste memoria aun a sí misma, la causaba encogimiento y vergüenza; ésta le selló la boca para no confesar sus culpas y comulgar sin confesarlas.
“Remordiale enormemente la conciencia para que las confesase, mas podía más en ella el maldito respeto humano y un mal entendido sonrojo y vergüenza que el dolor y la verdadera contrición de sus culpas para confesarlas y salir de tan lastimoso y detestable estado de miseria y abyección. Así estuvo luchando y celando u ocultando su pecado y acercándose a comulgar por espacio de algún tiempo con el alma afeada y manchada por la culpa grave; mas, a la tercera vez que comulgara sacrílegamente, le sobrevino repentinamente un accidente mortal del que no pudieron sacarla ni las más solícitas atenciones de los doctores más afamados de la comarca; sólo puedo decir a su buena madre que la enterrasen en el convento del Carmen y amortajada con el hábito de nuestra Madre.
“¡Oh miserable desdichada! ¡Oh ejemplo pavoroso de la Divina Justicia! Quedó su rostro tan hermoso y resplandeciente, que el mirarla causaba extraordinaria admiración, calificándose por esto, en juicio de los hombres, su virtud y santidad, porque así era tenida en el concepto de todos.
“Concurrieron todos con grandísima admiración y respeto a su entierro; mas a la siguiente noche, apareciéndose dos ángeles a su confesor le llevaron en su compañía hasta la iglesia donde se hallaba sepultada. Ya en ella condujéronle a la sacristía e hicieron se revistiese de los ornamentos sacerdotales, cual si fuese a celebrar, y luego que estuvo revestido, tomando uno de ellos la llave del Sagrario y acompañándole hasta el altar, le ordenaron que tomase en sus manos el copón y les siguiese. Alumbrándole con dos hachas encendidas, lleváronle a la sepultura de la infeliz doncella, la cual se hallaba arrodillada esperándoles sobre la losa de la sepultura, y tan radiante de belleza como en el instante de enterrarla. Dijeron los ángeles al confesor aplicase el borde del copón a la boca de la difunta doncella y dándole uno de ellos un suave golpecito en la espalda, cayeron de su boca, intactas, las tres formas que recibiera la desgracia sacrílegamente.
“Apagose con esto el resplandor de su rostro, pero no se eclipsó su hermosura, ya que aún causaba embeleso el contemplarla.
“Llevadas con gran reverencia las sagradas formas al tabernáculo, volvieron nuevamente los ángeles con el confesor al lugar donde yacía de hinojos el hermoso cadáver y ordenaron al sacerdote que le quitase el Santo Escapulario; hízolo así el sacerdote y al mismo punto la que parecía ángel en la hermosura trocose en un monstruo que horrorizaba cual si fuese demonio, y solamente ellos pudieron solicitar su espantosa y abominable compañía; de ahí que viniendo éstos con gran algazara y aullidos espantosos asieron el cadáver sepultándole en los abismos del infierno, para que el que había acompañado al alma en la culpa, la acompañase también eternamente en la pena.”
Pidámosle a nuestra amorosa Madre nos aproveche y sirva de saludable ejemplo tan espantoso caso, y demos a la Santísima Virgen infinitas gracias por conservarnos en la gracia y amistad de su amantísimo Hijo, nuestro Redentor.
“No se recató al principio de estas demostraciones cariñosas que permite hasta ciertos límites honestos el próximo parentesco, y en breve se despeñó en horrendo precipicio, perdiendo en un punto su virginal pureza. ¡Oh el daño que suele acarrear un leve descuido en los principios, aun de las amistades santas!
“Apagose a poco tiempo en su corazón el inmundo fuego del deleite, quedando en su corazón tan solo las frías cenizas de la culpa; pero mirábalas con tal horror, que su triste memoria aun a sí misma, la causaba encogimiento y vergüenza; ésta le selló la boca para no confesar sus culpas y comulgar sin confesarlas.
“Remordiale enormemente la conciencia para que las confesase, mas podía más en ella el maldito respeto humano y un mal entendido sonrojo y vergüenza que el dolor y la verdadera contrición de sus culpas para confesarlas y salir de tan lastimoso y detestable estado de miseria y abyección. Así estuvo luchando y celando u ocultando su pecado y acercándose a comulgar por espacio de algún tiempo con el alma afeada y manchada por la culpa grave; mas, a la tercera vez que comulgara sacrílegamente, le sobrevino repentinamente un accidente mortal del que no pudieron sacarla ni las más solícitas atenciones de los doctores más afamados de la comarca; sólo puedo decir a su buena madre que la enterrasen en el convento del Carmen y amortajada con el hábito de nuestra Madre.
“¡Oh miserable desdichada! ¡Oh ejemplo pavoroso de la Divina Justicia! Quedó su rostro tan hermoso y resplandeciente, que el mirarla causaba extraordinaria admiración, calificándose por esto, en juicio de los hombres, su virtud y santidad, porque así era tenida en el concepto de todos.
“Concurrieron todos con grandísima admiración y respeto a su entierro; mas a la siguiente noche, apareciéndose dos ángeles a su confesor le llevaron en su compañía hasta la iglesia donde se hallaba sepultada. Ya en ella condujéronle a la sacristía e hicieron se revistiese de los ornamentos sacerdotales, cual si fuese a celebrar, y luego que estuvo revestido, tomando uno de ellos la llave del Sagrario y acompañándole hasta el altar, le ordenaron que tomase en sus manos el copón y les siguiese. Alumbrándole con dos hachas encendidas, lleváronle a la sepultura de la infeliz doncella, la cual se hallaba arrodillada esperándoles sobre la losa de la sepultura, y tan radiante de belleza como en el instante de enterrarla. Dijeron los ángeles al confesor aplicase el borde del copón a la boca de la difunta doncella y dándole uno de ellos un suave golpecito en la espalda, cayeron de su boca, intactas, las tres formas que recibiera la desgracia sacrílegamente.
“Apagose con esto el resplandor de su rostro, pero no se eclipsó su hermosura, ya que aún causaba embeleso el contemplarla.
“Llevadas con gran reverencia las sagradas formas al tabernáculo, volvieron nuevamente los ángeles con el confesor al lugar donde yacía de hinojos el hermoso cadáver y ordenaron al sacerdote que le quitase el Santo Escapulario; hízolo así el sacerdote y al mismo punto la que parecía ángel en la hermosura trocose en un monstruo que horrorizaba cual si fuese demonio, y solamente ellos pudieron solicitar su espantosa y abominable compañía; de ahí que viniendo éstos con gran algazara y aullidos espantosos asieron el cadáver sepultándole en los abismos del infierno, para que el que había acompañado al alma en la culpa, la acompañase también eternamente en la pena.”
Pidámosle a nuestra amorosa Madre nos aproveche y sirva de saludable ejemplo tan espantoso caso, y demos a la Santísima Virgen infinitas gracias por conservarnos en la gracia y amistad de su amantísimo Hijo, nuestro Redentor.
Milagros y Prodigios del Santo Escapulario del Carmen
por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O.C..D.
por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O.C..D.
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