Santa Madre de Dios y Madre nuestra, que las llagas del Señor queden grabadas en mi corazón |
Nuestra Señora es el regalo más hermoso que Dios nos ha dado, después de la eucaristía. Ella no sólo es la Madre de Dios, la obra maestra de la redención, la llena de gracia, la bendita entre las mujeres, ¡sino que también es nuestra dulce Madre! Los cristianos se regocijan con su nombre y se refugian a la sombra de su manto. Ahora bien, toda la grandeza de María brota de la Preciosísima Sangre: la Carne de Cristo es la carne de María, la Sangre de Cristo es la sangre de María; por ello la invocamos con el hermoso título de Reina de la Preciosísima Sangre. Concebida sin pecado original María fue la fuente más pura de la que brotaría la Sangre de Jesús, en anticipación de los méritos de la Preciosa Sangre. Alegrémonos de haber recibido de Dios una Madre tan excelente y dulce y mirémosla al pie de la Cruz, donde ofrece al eterno Padre la Sangre de su amado Hijo por nuestro rescate. Su alma está atravesada por la espada del dolor y sus lágrimas son las más amargas que una madre haya derramado en la tierra. ¡Miremos con cuánto amor acoge a toda la humanidad que Jesús le confía en la persona del apóstol San Juan! ¡Veamos cómo esa Sangre cae sobre Ella para derramarla sobre nosotros, pobres pecadores! Consideremos cómo Dios la convirtió en un canal de gracia, dispensadora de sus tesoros y digámosla:
¡Oh María Reina de la Preciosísima Sangre, haz que mi alma se tiña con la Sangre divina de tu Hijo, defiéndeme de los asaltos del diablo, especialmente en el momento de la muerte, obtén para mí la contrición de los pecados y la perseverancia final! Amén.
EJEMPLO
Una de las devociones más
entrañables de San Gaspar del Búfalo fue la de la reina de la Preciosa Sangre.
Tenía él una imagen de la Virgen pintada con el Niño Jesús sobre sus rodillas
sosteniendo el Cáliz de su Sangre en la mano. La Virgen demostró, con muchos
prodigios, lo querida que para ella era esa devoción a la Preciosa Sangre. En
muchas ocasiones, durante los sermones, el santo detuvo la lluvia bendiciendo
el cielo con esa imagen prodigiosa. A un grupo de devotos, que habían venido de
lejos para escucharlo y que no podían regresar porque había estallado una
furiosa tormenta, les entregó ese cuadro y ellos, mientras caminaban bajo la
lluvia, llegaron perfectamente secos a sus casas. Frente a esa efigie, tras la
recitación de tres Avemarías, instantáneamente curó a un granjero que se había
lastimado gravemente el dedo. En Albano, Laziale, invocando el Nombre de la
Virgen, salvó de una muerte segura a un hermano misionero que había caído en un
carruaje desde lo alto de un puente. Muchas veces mientras predicaba, se vio
una luz misteriosa que descendía del cielo e inundaba tanto la imagen de la
Virgen como el rostro del santo.
Imitemos a San Gaspar en esta
devoción tan poderosa, unamos nuestro amor a la Virgen a nuestro amor a la Preciosa Sangre y, sin duda, estaremos colmados de favores celestiales. Pero,
de manera especial, evitemos todo pecado, pues ellos renuevan las perforaciones
del adorable Corazón de nuestra Madre celestial.