Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

jueves, 26 de julio de 2018

IMITACIÓN DE MARÍA PARA IMITAR A JESÚS

Imitar a María es imitar a Jesús


Otro aspecto de la vida mariana es la imitación de María. Jesús es el camino que conduce al Padre; Él es el único modelo; pero ¿quién más semejante a Jesús que María? ¿Quién poseyó con más profundidad que María los mismos sentimientos de Cristo?

“¡Oh Señora! -exclama San Bernardo- Dios mora en Ti y Tú en Él. Tú le revistes con la substancia de tu carne y Él te reviste con la gloria de su Majestad”. Al encarnarse y habitar en el seno purísimo de la Virgen, Jesús la revistió de sí, le comunicó sus perfecciones infinitas, le infundió sus sentimientos, sus deseos, su querer; y María, que se abandonó totalmente a aquella acción profunda de su Hijo, fue transformada plenamente en Él, hasta ser su más fiel retrato. “María -canta la liturgia- es la imagen perfectísima de Cristo, pintada al vivo por el Espíritu Santo”.

El Espíritu Santo, que es el espíritu de Jesús, se posesionó totalmente del alma purísima y dulcísima de María, y esculpió en ella, con una perfección y delicadeza sumas, todas las líneas, todas las características del alma de Cristo; con razón se puede decir que imitar a María es imitar a Jesús. Precisamente por esto nosotros la elegimos por modelo. Del mismo modo que no amamos a María por sí misma, sino en orden y en unión con Cristo, de quien es Madre, así tampoco la imitamos en sí misma, sino con relación a Cristo, de quien es imagen perfectísima. Jesús es el único camino que lleva al Padre, y María es el camino más seguro y más fácil para ir a Jesús. Al encarnar en sí las perfecciones del Padre, Jesús nos hizo posible su imitación. María, modelando en sí las perfecciones de Jesús, nos las ha hecho más accesibles, nos las ha puesto más a nuestro alcance. Por otra parte, nadie podrá decir con mayor sinceridad y verdad que María: “Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (I Cor. 4, 16). Como Jesús vino a nosotros a través de María, así tenemos que ir nosotros a Jesús por medio de María.



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