Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

miércoles, 21 de octubre de 2015

martes, 20 de octubre de 2015

EL SANTO ROSARIO MEDITADO - MISTERIOS DOLOROSOS (Audio)

Rezad el Rosario todos los días para alcanzad la paz del mundo (La Santísima Virgen en Fátima a los pastorcitos)
Para escuchar, pinchar AQUÍ

lunes, 19 de octubre de 2015

domingo, 11 de octubre de 2015

MATERNIDAD DE MARÍA... MATERNIDAD DE TODOS LOS HOMBRES

¡Oh Señor!... concédenos ser ayudados ante Ti por la intercesión de la que creemos verdadera Madre de Dios

La fiesta de hoy reinvindica para María su título más bello, su prerrogativa más gloriosa: Madre de Dios, título y prerrogativa proclamados solemnemente por el Concilio de Éfeso contra la herejía de Nestorio. Hoy la Santa Madre Iglesia se congratula con María por esta su altísima dignidad que la eleva sobre toda mera criatura hasta el umbral de lo infinito, que la constituye, no solamente Reina de los hombres, sino también de los ángeles. Toda la Misa del día está a tono con este tema. El Introito reproduce el vaticinio de Isaías, el cual, ya desde el Antiguo Testamento, había entrevisto la grandeza de esta Mujer singular: “He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un Hijo y será llamado con el nombre de Emmanuel” es decir, Dios con nosotros. La Epístola (Eclo. 24, 23-31), aplicando a la Virgen un trozo del elogio a la Sabiduría, canta las alabanzas de su Maternidad Divina: María es la vid abundosa de donde brotó el más bello fruto, Jesús; María es la “Madre del Amor hermoso”, en quien está “toda gracia de camino y de verdad, toda esperanza de vida y de virtud”, ya que sólo por medio de Ella ha dado Dios su Unigénito al mundo, y sólo por medio de Ella han tenido los hombres su Salvador.

Quien desee a Jesús, ha de buscarlo entre los brazos de María; quien quiera tener propicio al Salvador, ha de recurrir a la que es su Madre. Muy dulce suena por eso a los oídos esta invitación maternal: “Venid a mí todos los que me deseáis, y saciaos de mis frutos”. Sí, vayamos a María y no quedaremos decepcionados; en Ella encontraremos con qué saciarnos, porque María nos da a Jesús Redentor, Padre, alimento de nuestras almas, y no sólo nos lo da, sino que con los ejemplos de su vida admirable, nos enseña a amarle, a imitarle, a seguirle y a aprovecharnos del modo más pleno de su obra redentora y santificadora. Precisamente así extiende también con nosotros el oficio de Madre, y nosotros podemos repetir con toda confianza la oración que la Iglesia pone hoy en nuestros labios: “¡Oh Señor!... concédenos ser ayudados ante Ti por la intercesión de la que creemos verdadera Madre de Dios” (Colecta)  



miércoles, 7 de octubre de 2015

7 DE OCTUBRE, NUESTRA MADRE DEL ROSARIO

¡Tu bendito Rosario, ¡oh María!, sea para mí arma defensiva y escuela de virtud!
(Virgen del Rosario de Málaga)
La fiesta de hoy es una manifestación de reconocimiento por las grandes victorias alcanzadas por el pueblo cristiano en virtud del Rosario de María; y, al propio tiempo, es el testimonio más hermoso y autorizado del valor de esta plegaria. La liturgia del día es un comentario y una amplificación del Rosario; los tres himnos de Maitines y laudes recorren sus diversos misterios, las lecciones cantan sus glorias, y las continuas referencias a las Virgen que “brota entre flores, que está rodeada de rosas y lirios de los valles”, son una alusión clara a las místicas coronas de rosas que los devotos de María tejen a sus pies con la recitación del Rosario es honrar a María, porque  aquel no es más que la meditación de la vida de la Virgen, acompañada de la devota repetición del Ave María. Precisamente bajo este aspecto alaba la Iglesia esta práctica y la recomienda con tanta insistencia a los fieles: “¡Oh Dios! –invoca en el Oremus del día-, concédenos que, meditando estos misterios en el santo Rosario de la Bienaventurada Virgen María, imitemos los ejemplos que contienen y consigamos los premios que prometen”. El Rosario bien rezado es oración y enseñanza a la vez; sus misterios nos dicen que en la vida de la Virgen todo es juzgado en relación con Dios: sus alegrías y sus contentos proceden de lo que contenta con Dios, mientras que sus dolores coinciden, por decirlo así, con los dolores mismos de Dios, el cual, haciéndose hombre, ha querido sufrir por los pecados de la humanidad. El gozo único de María es Jesús: ser su Madre, estrecharlo entre los brazos, presentarlo a la adoración del mundo, contemplarlo en la gloria de la Resurrección, unirse a Él en el cielo. El dolor único de María es la Pasión de Jesús: verlo traicionado, azotado, coronado de espinas, crucificado por nuestros pecado. Este es el primer fruto que deberíamos sacar del rezo del Rosario: juzgar los sucesos de la vida en relación a Dios; gozarnos de lo que a Él le agrada y de la que nos une a Él, sufrir por el pecado, que nos aleja de Él y es causa de la Pasión y muerte de Jesús.



domingo, 4 de octubre de 2015

SÚPLICA PARA EL MEDIODÍA DEL 8 DE MAYO Y EL PRIMER DOMINGO DE OCTUBRE

¡oh María del Rosario del Valle de Pompeya, oh querida Madre nuestra, oh único refugio de los pecadores, oh soberana consoladora de los afligidos! 

¡Oh Augusta Reina de las Victorias, oh Soberana del Paraíso!, a cuyo poderoso nombre se alegran los cielos y tiemblan de espanto los abismos, ¡oh Reina gloriosa del Santísimo Rosario!, todos nosotros, dichosos hijos vuestros, a quienes vuestra bondad eligió en este siglo para levantaros un Templo en Pompeya, postrados a vuestros pies, en este día solemnísimo de la fiesta de vuestros triunfos en la tierra sobre los ídolos y sobre los demonios, derramamos con lágrimas los afectos de nuestro corazón y con la confianza de hijos os exponemos nuestras miserias.

¡Ah!, desde este Trono de clemencia donde estáis sentada como Reina, volved, ¡oh María!, vuestra mirada hacia nosotros, hacia nuestras familias, hacia España, hacia Europa, hacia toda la Iglesia, y compadeceos de los afanes que nos agitan y de los trabajos que nos amargan la vida. Mirad, ¡oh Madre!, cuántos peligros de alma y cuerpo nos rodean, cuántas calamidades y aflicciones nos oprimen, ¡oh Madre!, detened el brazo de la justicia de vuestro Hijo indignado, y venced, con la clemencia, el corazón de los pecadores: son nuestros hermanos y vuestros hijos, que costaron Sangre al dulce Jesús y atravesaron con un cuchillo vuestro sensibilísimo Corazón. Mostros hoy a todos según sois, ¡Reina de la paz y del perdón!

Dios te salve, Reina y Madre…

Es verdad, es verdad que nosotros, aunque hijos vuestros, somos los primeros en crucificar a Jesús con nuestros pecados y en atravesar nuevamente vuestro Corazón. Sí, lo confesamos, somos merecedores de los más duros castigos. Más acordaros de que Vos en la cima del Gólgota recogisteis la última gota de aquella Sangre Divina y el último testamento del Redentor moribundo. Y aquel testamento de un Dios, sellado con la Sangre de un Hombre-Dios, os declara Madre nuestra, Madre de los pecadores. Vos, pues, como Madre nuestra, sed nuestra Abogada y nuestra Esperanza; y nosotros, gimiendo, tendemos a Vos las manos suplicantes, clamando: ¡misericordia!

¡Oh buena Madre!, tened piedad: tened piedad de nosotros, de nuestras almas, de nuestras familias, de nuestros parientes, de nuestros amigos, de nuestros hermanos difuntos, y, sobre todo, de nuestros enemigos y de tantos que se llaman cristianos y dejan lacerado el corazón amable de vuestro Hijo. Piedad, ¡ah! Piedad os imploramos hoy por las naciones extraviadas, por Europa, por todo el mundo, para que vuelva arrepentido a vuestro Corazón. Misericordia para todos, ¡oh Madre de misericordia!

Dios te salve, Reina y Madre…

¿Qué os cuesta, ¡oh María!, escucharnos? ¿Qué os cuesta salvarnos? ¿No ha puesto Jesús en vuestras manos todos los tesoros de su gracia y de su misericordia? Vos, coronada como Reina, estáis sentada a la diestra de vuestro Hijo, circundada de gloria inmortal sobre todos los coros de los ángeles. Vos extendéis vuestro dominio por dondequiera se extienden los cielos y a Vos están sujetas la tierra y todas las criaturas que en ellas habitan. Vuestro dominio llega hasta el infierno, ¡oh María!, y Vos nos habéis arrancado de las manos de Satanás. Vos sois la omnipotencia por la gracia; luego Vos podéis salvarnos. Y si decís que no queréis ayudarnos, porque somos hijos ingratos y no merecemos vuestra protección, decidnos al menos, a quién hemos de acudir para ser liberados de tantos azotes. ¡Ah!, no. Vuestro Corazón de Madre no sufrirá vernos a nosotros, hijos vuestros, perdidos. El Niño que vemos sobre vuestras rodillas y los místicos rosarios que admiramos en vuestra mano, nos inspiran la confianza de que seremos escuchados. Y nosotros, confiados plenamente en Vos, nos arrojamos a vuestros pies y nos abandonamos como débiles hijos en brazos más tierna entre las madres, y hoy mismo, hoy, esperamos de Vos la suspirada gracia.

Dios te salve, Reina y Madre…

Pidamos la bendición a María.

Una última gracia os pedimos, ¡oh Reina!, que no nos podéis negar en este solemne día. Concedednos a todos vuestros hijos constante amor y de un modo especial, vuestra maternal bendición. No nos levantaremos hoy de vuestros pies, no nos separaremos de vuestras rodillas, hasta que no hayáis bendecido. Bendecid, ¡oh María!, en estos momentos al Sumo Pontífice. A los antiguos laureles de vuestra corona, a los antiguos triunfos de vuestros Rosarios, por los que sois llamada Reina de las victorias, ¡ah!, añadid también éste, ¡oh Madre!; conceded el triunfo a la religión, y la paz a la humana sociedad. Bendecid a nuestro Obispo, a los sacerdotes, y sobre todo, a aquellos que son celosos del honor de vuestro santuario. Bendecid, finalmente, a todos los asociados a vuestro templo de Pompeya y a cuantos cultivan y promueven la devoción a vuestro Santísimo Rosario.

¡Oh Bendito Rosario de María!, dulce cadena que nos sujeta a Dios, vínculo de amor que nos une a los ángeles, torre de salvación contra los ataque del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no os dejaremos jamás. Vos nos confortaréis en la hora de la agonía y para Vos será el último beso de la vida al extinguirse. Y el último acento de los mortecinos labios serán vuestro suave nombre, ¡oh María del Rosario del Valle de Pompeya, oh querida Madre nuestra, oh único refugio de los pecadores, oh soberana consoladora de los afligidos! Sed en todas partes bendecida, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo. Así sea

Dios te salve, Reina y Madre…

Indulgencia de siete años.
Indulgencia plenaria, en las condiciones de costumbre (Breve, 20 jul. 1925; S. Pen. Ap., 18 mar. 1932)


jueves, 1 de octubre de 2015

A NUESTRA MADRE DEL ROSARIO...

¡Reina de la Paz, rogad por nosotros!, y dad al mundo la paz en la verdad, en la justicia, en la caridad de Cristo
(Nuestra Señora del Rosario, Patrona de la Villa de Burguillos, Sevilla)

Reina del Santísimo Rosario, auxilio de los cristianos, refugio del género humano, vencedora en todas las batallas de Dios, nos postramos suplicantes ante vuestro Trono, seguros de alcanzar misericordia y de recibir gracias y el oportuno auxilio en las presentes calamidades, no por nuestros méritos, de los cuales no presumimos, sino únicamente por la inmensa bondad de vuestro maternal Corazón. A Vos, a vuestro Corazón Inmaculado, en esta hora grave de la historia humana, nos confiamos a nos consagramos, no sólo son toda la Santa Iglesia, Cuerpo Místico de vuestro Jesús, que padece en tantas partes y de tantas maneras es atribulada y perseguida, sino también con todo el mundo desgarrado por las discordias, agitado por el odio, víctima de la propia iniquidad. ¡Qué os conmuevan tantas ruinas materiales y morales, tantos dolores, tantas angustias, tantas almas torturadas, tantas en peligros de perderse eternamente! Vos, ¡oh Madre de Misericordia!, alcanzadnos de Dios la reconciliación cristiana de los pueblos y obtened para nosotros aquellas gracias que, en un instante, pueden convertir los corazones humanos, aquellas gracias que preparan y aseguran esta suspirada pacificación.

¡Reina de la Paz, rogad por nosotros!, y dad al mundo la paz en la verdad, en la justicia, en la caridad de Cristo. Dadle, sobre todo, la paz de las almas, para que, en la tranquilidad del orden, se dilate el reino de Dios. Conceded vuestra protección a los infieles y a cuantos yacen en las sombras de la muerte; haced que surja para ellos el Sol de la verdad y que puedan, juntamente con nosotros, repetir: “¡Gloria a Dios, en lo alto de los cielos y paz, en la tierra, a los hombres de buena voluntad!” A los pueblos separados por el error, particularmente a los que os profesan singular devoción, dadles la paz y conducidlos de nuevo al único redil de Cristo, bajo el único y verdadero Pastor. Alcanzad libertad completa a la Iglesia Santa de Dios; defendedla contra sus enemigos; detened el diluvio invasor de la inmoralidad; suscitad en los fieles el amor a la pureza, la práctica de la vida cristiana y el celo apostólico, para que el pueblo de los que sirven a Dios aumente en méritos y en número.

Finalmente, así como al Corazón de vuestro Jesús fueron consagrados la Iglesia y todo el género humano, para que, poniendo en Él toda la esperanza, fuese para ellos fuente inagotable de victoria y de salvación, asimismo nosotros nos consagramos también a Vos, a vuestro Corazón Inmaculado, ¡oh Madre nuestra del Rosario y Reina del mundo!, a fin de que vuestro amor y vuestro patrocinio apresuren el triunfo del reinado de Dios, y todas las gentes, pacificadas con Dios y entre sí, os proclamen bienaventurada, y entonces, con Vos, entonen de un extremo a otro de la tierra, el eterno “Magnificat” de gloria, de amor, de reconocimiento al Corazón de Jesús, el único en el cual pueden encontrar la verdad, la vida y la paz.

Venerable Pío XII


Indulgencia de tres años.
Indulgencia plenaria, en las condiciones de costumbre, si repite devotamente este acto de consagración, durante un mes entero, todos los días (Pío XII, Rescr. Secret. Est., 17 nov. 1942, exhib. Doc., 19 nov. 1942)