Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

sábado, 28 de junio de 2014

EL SANTO PADRE PÍO Y LA SANTÍSIMA VIRGEN

"Reflexionad y tener siempre ante los ojos de la mente la gran humildad de la Madre de Dios  y Madre nuestra"

Cuanto más crezcan en vuestra alma las gracias  los favores de Jesús, tanto más debéis humillaros, recordando siempre la humildad de nuestra Madre celestial, la cual, en el mismo instante en que llega a ser Madre del Dios, se reconoce sierva y esclava del mismo Dios.

Reflexionad y tener siempre ante los ojos de la mente la gran humildad de la Madre de Dios  y Madre nuestra. En la medida en que crecía en ella los dones del cielo, ahondaba cada vez más en la humildad.

Hijo, tú no sabes qué produce la obediencia por un solo sí, por hacer la voluntad de Dios, María llega a ser Madre del Altísimo, confesándose se esclava, pero conservando la virginidad que tan grata era de Dios y a Ella. Por aquel sí pronunciado por María Santísima, el mundo obtuvo la salvación, y la humanidad fue redimida.

Hagamos también nosotros siempre la voluntad de Dios, y digamos también siempre sí al Señor

No os entreguéis de tal manera a la actividad de Marta que lleguéis a olvidar el silencio y la entrega de María. La Virgen, que tan bien encarna a una y a otra, os sirva de suave modelo y os inspire.

Santo Padre Pío

miércoles, 25 de junio de 2014

MARÍA MODELO Y GUÍA

Me acojo, ¡oh María!, bajo tu amparo; sé la guía y el modelo de mi vida interior

Todo corazón cristiano se vuelve espontáneamente a la Madre del cielo con ansias de vivir más íntimamente en unión con Ella y de fortalecer  los lazos que lo atan a Ella. ¡Qué dulce y confortador es encontrar en nuestro camino espiritual, duro a veces de fatigas y dificultades, la figura delicada de una madre! Se está tan bien junto a la Madre… Con Ella todo se hace fácil: el corazón abatido y cansado, el corazón azotado por las tempestades encuentra la fuerza y la esperanza que perdió y reanuda con nueva energía el camino.

“Si se levanta los vientos de las tentaciones –canta San Bernardo- si chocas contra los escollos de las tribulaciones, mira la Estrella, invoca a María. En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María: invoca a María”. 

Hay momentos en que la senda dura de la nada cansa y confunde nuestra debilidad: entonces, más que nunca, necesitamos una mano que nos sostenga, la mano de una madre. Antes que nosotros recorrió María Santísima el camino estrecho y difícil de la santidad, antes que nosotros llevó la cruz y antes que nosotros escaló las alturas del espíritu a través del sufrimiento. Quizás a veces no nos atrevemos a fijar nuestra mirada en Jesús, el Hombre-Dios, porque su Divinidad está muy lejos de nuestra pequeñez; pero pensemos que junto a Él está María, su Madre y nuestra Madre, una criatura, excelentísima ciertamente, pero criatura como nosotros; y por lo tanto el modelo más accesible a nuestra debilidad.

María sale a nuestro encuentro para tomarnos de la mano, para introducirnos en el Secreto de su vida interior y ser de esta manera el modelo y la norma de la nuestra.


sábado, 21 de junio de 2014

HISTORIA PARA NIÑOS... ¿O ADULTOS LLENOS DE FE?

¡La mejor noche de mi vida!

Aquella aldea era tan pequeñita que parecía perdida en medio de los Alpes. Aislada entre altas montañas, lejos de la agitación de las villas y ciudades, la tranquilidad reinaba en las pintorescas casas que la componían. Sus habitantes eran, además, profundamente religiosos y gracias a la fuerza de su fe pasaban por dificultades, cansancios y arduas labores de la vida cotidiana con los ojos puestos en Dios, sin perder nunca la calma.

Carlos, un honesto leñador, vivía allí con su esposa, Isabel, y con sus cinco hijos: María Luisa, Enrique, Juana, Bernardo y Clara. Todos los días salía para su trabajo al amanecer y regresaba cuando el sol se estaba poniendo.

Un mañana, Isabel, como andaba un poco atrasada con sus quehaceres y tenía que llevarle la comida a su marido, le dijo a su hija mayor:
-María Luisa, necesito que hoy le lleves el almuerzo a tu padre. ¿Quieres?
-Sí, mama. Te veo muy ocupada con las tareas de la casa; yo ya he terminado los deberes del colegio.
-Está trabajando en el valle de los Patos, junto al Gran Bosque. Ten cuidado y presta atención para no perderte. Cuando llegues a la colina de los Cedros, lo llamas y él irá.

María Luisa, contenta por ayudar a su madre, se puso su pequeño delantal azul, su sombrero y salió a toda prisa. Al verla corriendo, Isabel no pudo contener un suspiro: la pequeña sólo tenía diez años y era la primera vez que salía sin compañía…

En la medida de lo posible, la niña andaba a pasos agigantados, porque quería entregar la comida aún caliente. Recorriendo encrucijadas y montes, llegó a la colina de los Cedros, jadeante y cansada.

-¡Papa! –decía.

Nada…

-¡Don Carlos!...

El viento y el trino de los pájaros eran la respuesta.

-Todavía debo de estar lejos- se dijo para sí.

Siguió adelante, más, más y más. Sin embargo, tuvo que pararse forzosamente: enfrente de ella se erguía majestuoso y temible el Gran Bosque, indicándole el final del trayecto.

“Tal vez papá habrá preferido almorzar a la sombra”, pensaba mientras se adentraba entre los árboles. Con todas las fuerzas de sus pequeños pulmones y levantando las manos hasta la boca gritó de nuevo. Y de nuevo se quedó sin respuesta…

Empezando a quedarse afligida, rezó en voz alta:

-Oh Santísima Virgen, te prometo un Rosario entero si encuentro a mi padre.

Y continuaba avanzando. No obstante, el tiempo pasaba con una rapidez espantosa y María Luisa, en medio de su preocupación, no se había dado cuenta de que unos nubarrones cubrían el cielo, anunciando una tormenta.

Después de una hora más de caminata cesó la lluvia y la niña, que no dejaba de adentrarse en el enmarañado bosque, se sintió agotada y se sentó bajo un árbol. El sol ya se estaba poniendo y María Luisa estaba solita… ¿Qué animales feroces le haría compañía a la pequeña esa noche que tendría que pasar en el Gran Bosque?...

Mientras tanto, Carlos llegaba de vuelta a casa, bastante tranquilo. Isabel lo recibió contenta.

-Ah, qué bien que has llegado. ¿Y María Luisa?
-¿María Luisa? –le respondió –No la he visto.
-¿Qué no la has visto? Fue a llevarte la comida hace mucho tiempo…
-Mira, no he visto ni el almuerzo ni a María Luisa. Por cierto, estoy con mucha hambre.

La fisonomía de la mujer se contrajo de susto y su corazón dio un vuelco, junto con el de su marido. Carlos salió de inmediato en busca de la pequeña, olvidándose de su hambre, e Isabel, afligida, le rezaba a la Virgen:

-Madre mía, tú que también pasaste por la angustia de perder a tu Hijo en el Templo, ¡ayúdanos! Si encontramos a María Luisa, mañana encomendaremos una Misa en tu honor…

Las horas se hacían eternas… Sonaba la media noche en el reloj del campanario de la parroquia cuando Carlos regresaba abatido y solo. Había buscado cuidadosamente por los alrededores de la colina, pero en vano: no había encontrado ni el mínimo rastro de María Luisa.

Al día siguiente, antes de amanecer, Isabel y sus hijos fueron a rezar a la iglesia por la niña, porque una noche en ese bosque lleno de osos y lobos hacía temer seriamente por ella. Los vecinos, apenados, se unieron a las oraciones de la familia, mientras el marido salía a toda prisa, una vez más, hacía la colina de los Cedros.

Llegaron allí, Carlos pudo escuchar el canto de una dulce voz… Venía del Gran bosque. Siguiéndola, se encontró con un conocido delantal azul y con un rostro radiante que, al escuchar el ruido, corría en su dirección con los brazos abiertos.


-¡María Luisa! –exclamó el afligido leñador, abrazando a su hija.
-¡Papá!
-¿Has pasado la noche en el bosque? ¿Qué ocurrió? ¿No tuviste miedo por quedarte sola?
-Oh no, no estuve solita. Al principio, sí, tuve mucho miedo. Me vi rodeada de oscuridad y perdida. Pero cogí mi rosario y empecé a rezar. En poco tiempo, todo a mi alrededor se volvió claridad y una Señora reluciente vino a hacerme compañía.
-¿Hablaste con ella?
-Sí, y me contó muchas cosas. Me dijo que era María Santísima y que ama mucho a quien en Ella confía, porque a todos quiere salvar y llevar por el buen camino, y nunca deja de oír las oraciones de los que piden su intercesión; no obstante, se disgusta enormemente cuando ofenden a su Hijo, Jesús. Como la noche estaba avanzada, aunque quería continuar conversando, me mandó que durmiera un poco. Me acosté sobre su regazo y la Virgen me cubrió con su hermoso y perfumado manto.
-Y cuando te despertaste ¿todavía estabas en sus brazos?
-¡Claro! Y me miraba sonriendo. Dijo que tenía que marcharse, pero que yo fuese siempre buena y piadosa, y nunca me olvidase de ese encuentro. Papá, ésta ha sido la mejor noche de mi vida.

Entonces María Luisa y su padre regresaron a casa donde su familia los recibió con enorme alegría. La pequeña fue creciendo, sin embargo, nunca se olvidó de la sonriente mirada de la Santísima Virgen. De hecho, aquella había sido la mejor noche de su vida.


María Beatriz Ribeiro Matos

Fuente revista "Heraldos del Evangelio", número 130, mayo 214




martes, 10 de junio de 2014

LOS FAVORES DE NUESTRA MADRE MARÍA

MARÍA LA PECADORA, CONVERTIDA EN LA HORA DE LA MUERTE

Refúgium peccatórum, ora pro nobis!

Se cuenta en la Vida de Sor Catalina de San Agustín que en el pueblo donde moraba había también una mujer llamada María, que habiendo sido escandalosa en la juventud, no era mejor siendo ya vieja, por lo cual la echaron del pueblo y se refugió en una cueva, donde al cabo murió medio podrida, sin sacramentos y abandonada de todo el mundo, y así, la enterraron en el campo como a una bestia. Sor Catalina, aunque acostumbrada a encomendar a Dios muy de veras las almas de todas las personas que allí morían, habiendo sabido la desgraciada muerte de la vieja, no pensó en pedir por ella, teniéndola, como ya todos la tenían, por condenada. Al cabo de cuatro años se le aparece de pronto un alma en pena, que le dice:


«Catalina, ¿he de tener yo tan mala suerte? Tú encomiendas a Dios a todos los que mueren aquí, y sólo de mi alma no tienes compasión.» «¿Quién eres?», le preguntó la sierva de Dios. «Soy María, la que murió en la cueva.» « ¡Cómo!, ¿tú en carrera de salvación?» «Sí — volvió a decir el alma —, lo estoy gracias a la misericordia de la Reina del Cielo. Oye cómo fue. Cuando ya vi cerca la muerte, mirándome tan abandonada y llena de pecados, volví los ojos a la Madre de Dios, diciendo: Señora, no hay quien me valga en este último trance; pero Vos acogéis a todos los desamparados, Vos sois mi única esperanza, Vos sola me podéis ayudar; tened compasión de mí. No se hizo sorda la Virgen sacratísima; me alcanzó de Dios la gracia de hacer un acto de verdadera contrición, morí entonces, y así me salvé. Ahora, en el purgatorio, me ha obtenido también el favor de que se me abrevie la pena, haciendo que sufra con más intensión lo que hubiera tenido que padecer por muchos años, y sólo me falta que se celebren algunas misas por mi alma, las cuales te pido que me mandes decir, y yo te prometo rogar siempre en el Cielo por ti a Dios y a su santísima Madre.»

Cuidó Sor Catalina que al instante se aplicasen las misas, y a los pocos días se le volvió a aparecer el alma más resplandeciente que el sol, dándole gracias por el beneficio, y diciendo que iba a la gloria a cantar para siempre las misericordias del Señor y a rogar por ella

 De “Las Glorias de María”, de San Alfonso María de Ligorio


domingo, 8 de junio de 2014

ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA PARA PEDIR ALGUNA GRACIA AL ESPÍRITU SANTO

Sponsa Dei Spíritus Sancti, ora pro nobis!

¡Oh, María, Hija Humildísima del Padre, Madre Purísima del Hijo, Esposa Amadísima del Espíritu Santo! Yo te amo y te ofrezco todo mi ser para que lo bendigas, ¡Madre admirable!, Consuelo del que llora, Abogada Dulcísima de los pecadores; ten piedad de todos aquellos a quienes amo; y por tu Inmaculado Corazón, Sagrario de la Santísima Trinidad, Asiento de tu poder, Trono de Sabiduría y Océano de bondad, alcánzanos que el Espíritu Santo forme en cada uno de nuestros corazones un nido en el que repose para siempre.

Alcánzame lo que con todo el fervor de mi alma te pido por los merecimientos de Jesús y los tuyos, si es para mayor gloria de la Trinidad Santísima y bien de mi alma. ¡Virgen Santa, Esposa del Espíritu Santo, acuérdate de que eres mi Madre! Amén.

Tres Avemarías a la Santísima Virgen